ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 6º del T. Ordinario A

Siguiendo el Sermón de la Montaña, se nos presenta este domingo una cuestión muy importante, fundamental: ¿Viene Jesús a romper con la tradición judía, con el Antiguo Testamento y hacer algo completamente nuevo? ¿Se limita sólo a ello? ¿O se trata de una simple continuación de lo antiguo?

En primer lugar, nos dice el Señor: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Y comienza Jesús una serie de antítesis, en las que se manifiesta como Señor de la Ley: “Habéis oído que se dijo a los antiguos… Pero yo os digo”. ¡Y se presenta también como aquél que viene a llevarlo todo a plenitud!

Cuando estudiábamos la Sagrada Escritura en el Seminario, el profesor nos explicaba que los cristianos no hemos tomado el Antiguo Testamento de la sinagoga judía sino de los mismos labios del Señor! ¡Es lo que contemplamos este domingo!

¡Cuántas cosas aprendemos aquí sobre el homicidio, el adulterio, el divorcio y los juramentos! O, dicho de otro modo, ¡sobre la violencia, la sexualidad y la verdad o, mejor, la veracidad!

Jesús viene a enseñar un culto y una práctica religiosa, fundamentalmente interior, “en espíritu y en verdad”, frente la religiosidad puramente exterior, que practican y enseñan los fariseos y los escribas.

Por eso, no basta con no matar, nos dice. Hay más: el discípulo de Cristo no puede estar peleado con su hermano, ni puede insultarle. Y, además, en esa situación, no puede presentar al Padre del Cielo un culto agradable.

No basta ya con no cometer adulterio, sino que “el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”.

No basta con dar el acta de repudio a la mujer y divorciarse, porque “la induce a cometer adulterio”.

Ni vale ya contentarse con no jurar en falso y cumplir los votos al Señor; sino “que vuestro hablar sea si, si, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”.

Y, como se trata de dar plenitud a la Ley y de avanzar hacia la perfección, habla Jesucristo del cumplimiento de los “preceptos menos importantes”.

En la Montaña contemplamos, por tanto, este domingo, no sólo la superación de la Ley y los Profetas, sino también, la grandeza y la elevación moral de los Mandatos del Reino. Es lógico tengamos que estar dispuestos a perder el ojo, la mano, o lo que sea, antes que pecar contra Dios y condenarnos

Pero los mandatos de la “Nueva Ley” no los conocemos sólo por las enseñanzas de Jesucristo sino también por su ejemplo, por su estilo de vida. Jesucristo se convierte así para nosotros, en una especie de “Icono sagrado”, en el que contemplamos “la Imagen viviente” del Sermón de la Montaña.

Él, además, nos ofrece toda la ayuda abundante que necesitamos nosotros, frágiles y pecadores, para conseguirlo. Y si no, ¿para que nos reunimos en torno al altar, cada domingo o cada día? ¿Para qué oramos? ¿Pará qué escuchamos o leemos su Palabra? ¿Para qué buscamos otros medios de santificación?

El salmo responsorial es la consecuencia y el resumen de todo: “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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