¡Hoy todo se centra en el Año Nuevo! Pero son muchas las cosas que este día llaman nuestra atención. Veamos:
El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando todos los días de la semana, hasta llegar a esta jornada tan significativa. Hoy es la Octava de la Navidad. Con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II.
Y “a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño. Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y, sobre todo, a José, a quien, como padre, le tocaba poner el nombre a aquel Niño: “Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Aunque la Santísima Virgen está presente en todos los momentos de la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo, a honrar a la Virgen María, con el título de Madre de Dios. Es la fiesta más importante de la Virgen, porque nos centra en su título principal, fundamental: Madre de Dios. Y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios le otorga, y que están expresados en estas cuatro verdades de fe acerca de la Virgen María: La Maternidad divina, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.
El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando todos los días de la semana, hasta llegar a esta jornada tan significativa. Hoy es la Octava de la Navidad. Con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II.
Y “a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño. Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y, sobre todo, a José, a quien, como padre, le tocaba poner el nombre a aquel Niño: “Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Aunque la Santísima Virgen está presente en todos los momentos de la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo, a honrar a la Virgen María, con el título de Madre de Dios. Es la fiesta más importante de la Virgen, porque nos centra en su título principal, fundamental: Madre de Dios. Y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios le otorga, y que están expresados en estas cuatro verdades de fe acerca de la Virgen María: La Maternidad divina, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.
No significa, por supuesto, que la Virgen sea una “diosa”, que sea tan grande como Dios, que exista antes que Él... Se trata, sencillamente, de que el Niño que se forma en su seno y da a luz, es el Hijo de Dios hecho hombre.
En la segunda lectura de hoy, S. Pablo nos ayuda a situar a la Virgen María en el proyecto y en la realización de la obra de la salvación: Dios Padre envía a su Hijo, nacido de una mujer, “para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Ella es, por tanto, como “el puente” por donde llegó a nosotros el Salvador. Y su cooperación singular a la obra de la salvación, que el Apóstol nos ha presentado de un modo tan nítido es la que la ha convertido en madre de los cristianos, que son restaurados a la vida sobrenatural por la gracia de Cristo y la cooperación enteramente singular de María. Y por eso mismo, la llamamos Madre de la Iglesia.
De este modo, ella ocupa, al mismo tiempo, el lugar más alto y más próximo a nosotros: El más alto, como Madre de Dios; el más próximo, como Madre nuestra. Y esto hace que los cristianos nos acojamos siempre a su intercesión y que tratemos de amarla, imitarla, conocerla más y más.
Hoy comienza un Nuevo Año. ¡Cuántos interrogantes! Año todavía de crisis y de dificultades; año también de ilusiones y de esperanzas. Y lo comenzamos poniendo nuestra confianza en la intercesión y en la protección de la Madre de Dios.
E imploramos el don de la paz. En efecto, el primero de enero, desde hace ya mucho tiempo, celebra la Iglesia, la Jornada Mundial de la Paz. Se ha dicho que la paz del corazón es el fundamento de toda paz verdadera, y que es la paz del corazón el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.
Que la Virgen, Madre de Dios, interceda con bondad por nosotros ahora, durante el nuevo año y en la hora de nuestra muerte, para que alcancemos entonces el gozo inmenso de una paz sin fin. Amén.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
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