ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR . Domingo 29º del T. Ordinario

Comienza el Evangelio de hoy diciendo que “Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse, les presenta la parábola del “juez inicuo”: Una mujer viuda que, a base de insistencia, consigue que el juez, que no era bueno ni recto, precisamente, le haga justicia.

En la primera lectura constatamos también la eficacia de la oración, cuando se origina una guerra entre Amalec e Israel. Moisés encarga a Josué que escoja a unos hombres y ataque a Amalec mientras él sube a la montaña a orar con Aarón y Jur. Y se nos presenta algo admirable: Cuando Moisés tenía en alto la mano, es decir, en actitud de oración, vencía el ejército de Israel; cuando bajaba la mano, por el cansancio, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros se las sostuvieron hasta la tarde. De esta forma, Josué derrotó a Amalec.

Es ésta una imagen preciosa de lo que tiene que ser nuestra vida y la vida de la Iglesia: oración y acción. ¡Las dos cosas conjuntamente! “Ora et labora” que diría San Benito.

Cuántas Muchas veces en nuestra vida y en la vida de la Iglesia, pensamos que las cosas no van todo lo bien que quisiéramos. Cuando reflexionamos sobre ello, tal vez constatamos que estas dos realidades están ausentes o poco presentes en nuestra vida. ¡Y entonces es hora de conversión!

Hay cristianos que se esfuerzan mucho por llevar bien la oración, se interesan por ello; incluso, buscan ayuda espiritual para garantizarlo y mejorarlo, pero otros, sin embargo, oran poco o casi nada, sobre todo si se encuentran afectados por lo que llamamos el “ateísmo práctico”, es decir, vivir como si Dios no existiera.

A veces se le pregunta a alguna persona practicante si reza, y contesta: “Yo sólo rezo por la noche”. Y el resto del día, apenas se acuerda del Señor. Sin embargo Dios está siempre pendiente de nosotros porque somos sus hijos, pendiente, de todo lo que somos y hacemos, y no le gusta que nosotros seamos como hijos mudos, que no hablamos nunca con Él y de Él, o que seamos como hijos sordos, que no le escuchamos nunca. ¡Y es que tiene tantas cosas que decirnos!

Este domingo, como vemos, el Señor nos enseña cosas importantes sobre la oración de petición, que es sólo uno de los tipos de oración. Él quiere que le pidamos con frecuencia y con insistencia, porque Él, que nos ha colmado y nos colma continuamente de dones, que no le pedimos, quiere concedernos otros muchos sí se los pedimos.

Pero una mala inteligencia de éste y otros textos parecidos del Evangelio, ha llevado a muchos cristianos a “desanimarse”, es decir, a perder la confianza en la oración e, incluso, a alejarse de Dios.

Es verdad que, en una reflexión como ésta, que tiene que ser breve, no podemos abordar toda la problemática de la oración de petición, pero intentaremos acercarnos un poco; por lo menos, para recordar que la oración nunca se ha entendido en la vida de la Iglesia, desde los primeros tiempos, como un medio para conseguir todo lo que pidamos, de un modo inmediato, de forma que sea como una de esas máquinas modernas, en las que ponemos una moneda, y nos sale un café, una coca-cola, u otra cosa que hayamos elegido. ¡La oración no es así!

¡Ni tampoco se ha considerado nunca como “una victoria” sobre la voluntad de Dios! ¡Como si con la oración consiguiéramos cambiar el parecer de Dios!

Recordemos aquella escena trágica del Evangelio en la que el Señor ora en el Huerto de los Olivos (Cfr. Lc 22,39). El Padre no le concede al Hijo lo que le pide, no puede hacerlo, pero le envía un ángel para que le conforte en la agonía. ¡La oración es siempre eficaz! ¡Siempre se nos concede algo! Al mismo tiempo, se nos enseña aquí la forma correcta de orar: “Padre, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.

La oración, por tanto, se sitúa siempre en el contexto de la voluntad de Dios, que no es “el capricho de Dios”, ¡sino lo que Él sabe que realmente nos conviene!

Por todo ello, no dejemos de repetir con frecuencia y con alegría, lo que proclamamos hoy en el salmo responsorial: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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