ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 4º de Cuaresma A

En medio de la situación tan grave en que nos encontramos, la Liturgia de la Iglesia de este Domingo, nos llama a la alegría y a la esperanza porque se acerca ya la Pascua, la fiesta más grande, alegre e importante de los cristianos, y, al mismo tiempo, la que nos ofrece una verdadera clave de solución, en medio de nuestro agobio.

Es éste el Domingo que, desde antiguo, se llama “Laetare”, una expresión latina que significa alégrate o alegraos. La Liturgia del día comienza diciendo: “Alégrate Jerusalén”, y la nueva Jerusalén es la Iglesia, que estos días sufre con todos sus hijos, pero que resurgirá radiante con la Celebración de la Resurrección del Señor, que, de una manera u otra, nos disponemos a celebrar, y que durará 50 días, que son de alegría y de fiesta en honor de Cristo Resucitado.

¡Y en medio de ese Tiempo Pascual, que culminará el día 31 de mayo con la Solemnidad preciosa de Pentecostés, saldremos victoriosos, estoy seguro de ello, de esta epidemia, que ahora nos aflige tanto!

El ciego de nacimiento, que nos presenta el Evangelio de hoy, representa a todo hombre o mujer, que echado/a al borde del camino de la vida, pide limosna. Y nos dice el texto que es Jesús el que toma la iniciativa y se acerca a él, le unta los ojos y lo manda a lavarse en la piscina de Siloé. ¡Y recobra la vista!

Según el pensamiento de Juan, si Jesucristo le abre los ojos a aquel ciego, es para manifestar que” Él es la Luz del mundo”. Él mismo nos dice: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.

Es éste el “Domingo de la luz”, como el anterior fue el del agua y el próximo, el de la vida. Se trata de textos bautismales para la preparación o la renovación del Bautismo.

Hoy recordamos que el Bautismo es el Sacramento de nuestra “Iluminación”: Pasamos de las tinieblas del pecado y de la muerte, a la luz radiante de la vida en Cristo.

No podemos olvidar que Jesucristo abre a aquel ciego a la luz dos veces: La primera, cuando cura su ceguera física, y la segunda, cuando le abre los ojos a la fe: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?” “Creo, Señor. Y se postró ante Él”.

La curación del ciego desata una lucha apasionada entre la luz y las tinieblas, que comprende todo el largo relato del Evangelio de hoy. Aquí se manifiesta el ciego curado con una lucidez y una valentía admirables.

Pero no quiero pasar por alto que aquella ceguera no era castigo del pecado de aquel hombre ni de sus padres, como creían los discípulos, influidos por la mentalidad de la época, “sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Y la obra de Dios es, fundamentalmente, la salvación, “la iluminación” del mundo entero, que realiza Jesús con su Muerte y Resurrección. ¡Es lo que celebraremos en el Triduo Pascual, que se acerca!

De acuerdo con los textos de la Liturgia de hoy, tendríamos hoy que preguntarnos muchas cosas: Si reconocemos a Jesucristo como Luz del mundo; si nos interesa el Bautismo que recibimos recién nacidos; si estamos dispuestos a renovarlo de verdad e intensamente, la Noche Santa de la Pascua; si queremos vivir como hijos de la luz; si queremos ser, como el ciego, testigos de la luz con palabras y obras, en todas partes y hasta el fin.

Y ya sabemos que la mejor forma de renovar el Bautismo, es recibir el Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia, que es también “Sacramento de iluminación”, y, por tanto, de paz y de alegría.

En resumen, se trata de abrir nuestro corazón a las palabras de Pablo en la segunda lectura de hoy: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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