ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. La Presentación - La Purificación

El Evangelio de hoy nos presenta muy bien el contenido de esta Fiesta de la Presentación del Señor, que en nuestra tierra canaria es Solemnidad, atendiendo, especialmente, a la Purificación de María, que es parte integrante también de esta gran fiesta, que entre nosotros se llama Ntra. Sra. de la Candelaria.

Era éste un hecho normal para toda familia israelita: A los cuarenta días del nacimiento de un niño, era la purificación de su madre y, si era el primogénito, la presentación-rescate del niño, que, entonces, podía ser llevado a casa, e integrado en la propia familia; porque "todo primogénito varón pertenece al Señor". Y se hacía este rito en recuerdo de la liberación de Egipto, cuando el Señor dio muerte a los primogénitos de los egipcios y salvó a los de los israelitas, como se nos narra en el libro del Éxodo.

Tendríamos suficiente materia de reflexión con el comentario de aquellos ritos: la Entrada en el templo de Jerusalén del Mesías, que nos presenta la primera lectura, la Purificación de María, la más santa, la más pura, de las mujeres, y la Presentación-consagración-rescate de Jesús.

Pero, en medio de todo esto, interviene el Espíritu Santo y aquello se convierte en algo distinto, extraordinario: Cristo es proclamado por el anciano Simeón, “gloria de Israel y luz de las naciones”; y, de este modo, nace más tarde, en el siglo IV, un nuevo título de la Virgen: La Candelaria, La Luz; es decir, la que lleva en sus brazos a Cristo, luz del mundo, como nos dirá el Señor en el Evangelio (Jn 8, 12). Y se representa a la Virgen con un Niño y un cirio en sus manos, como si estuviera en una procesión litúrgica.

Y ya sabemos lo que significa en la Sagrada Escritura y en la vida de la Iglesia desde antiguo, el binomio luz - tinieblas. Pablo nos enseña que “toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (Ef 5, 9). Las tinieblas, por el contrario, significan maldad, ignorancia, pecado. Y la luz de Cristo llega a su punto culminante con la gloria de su Resurrección. Jesús, por su Misterio Pascual, nos traslada del reino de las tinieblas, es decir, del pecado, en el que nacemos, por el pecado de Adán al reino de la luz, de la gracia, de la vida nueva de Jesucristo Resucitado. Y esa luz llega a cada uno de nosotros por el Sacramento del Bautismo, que por eso se llama el sacramento de nuestra iluminación. Y dice el Apóstol: "Antes erais tinieblas; ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz" (Ef 5, 8).

Por eso, hoy es también un día apropiado para renovar nuestro Bautismo y para recordar que la luz de Cristo tiene que ser compartida, que hay que anunciar y transmitir esa luz desde nuestros ambientes hasta los confines de la tierra, como nos mandó el Señor.

Hoy podemos recordar que, a través de la Virgen de la Candelaria, la luz del Evangelio llegó a nuestras tierras canarias antes que los conquistadores y evangelizadores; por eso, ella es nuestra Madre y nuestra Reina también por “derecho de conquista” y que, con su ejemplo y su protección, en nuestras Islas la fe cristiana se ha consolidado, se ha vivido y se ha transmitido, durante muchos siglos, hasta los confines del mundo sin cesar.

Encomendemos a la Virgen, la Patrona de Canarias, “la que nos conquistó para Dios”, nuestras tierras, nuestros mares, nuestras gentes, el presente y el futuro de nuestras Islas. Que la Virgen de la Candelaria, nuestra Madre y nuestra Reina, ruegue con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, para que gocemos entonces y para siempre, de su eterna Luz, que es Cristo, su Hijo Resucitado.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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