ECOS DEL DIA DEL SEÑOR. Domingo 5º del T. Ordinario

Este año o ciclo litúrgico en torno a San Mateo, nos centramos en la primera parte del Tiempo Ordinario, en la escucha y reflexión del Sermón de la Montaña (caps. 5-7), que es el mensaje fundamental del Reino.

Con la Fiesta de la Presentación del Señor, del domingo pasado, se omitió la lectura y reflexión de las Bienaventuranzas, ese mensaje trascendental del Evangelio, en el que constatamos que el Señor nos quiere felices, y recordamos el camino que hemos de seguir si queremos conseguirlo.

Continuando con el Sermón de la Montaña o del Reino, se nos señala este domingo, la tarea principal del discípulo de Jesucristo: ¡Ser sal y ser luz! ¡Con nuestra palabra y con nuestro testimonio de vida, tenemos que ser la sal de la tierra y luz del mundo!

¿Qué sería de nosotros si nos encontráramos, en nuestra vida diaria, sin sal y sin luz? ¿Cómo nos alimentaríamos sin sal, o cómo nos arreglaríamos por la noche sin luz?

Pues esta es la necesidad y la urgencia que tenemos todos del mensaje del Evangelio en nuestra existencia cristiana de cada día y en nuestra relación con de los demás. Por eso, el Señor nos urge este domingo a que seamos sal y luz en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros ambientes, en todas partes.

Como la sal tenemos que mostrar a todos, que ser cristiano es dar sabor, gusto, sentido a la vida.

¡Hoy se habla mucho de corrupción!

¡Pues para evitar la corrupción sirve la sal! ¡Los cristianos tenemos que preservarnos y preservar a los demás de cualquier tipo de corrupción!

Y si queremos ser sal, no podemos buscar ningún tipo de protagonismo ni lucimiento personal… ¡Para que la sal dé gusto a la comida, por ejemplo, tiene que diluirse, desaparecer!

Y hoy casi todo se recicla. ¡Sin embargo, si la sal se estropea, no se puede reciclar! “No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”. Igual sucede al cristiano: ¡si pierde su condición de sal de la tierra, no sirve para nada!

¿Y qué sería de nuestra vida sin la luz? No sólo por la noche. ¡Son ya tantas las cosas que dependen de la electricidad, que, cuando se va la luz, se paraliza casi todo! Y, además, ¡queremos una luz de calidad! ¡No nos conformamos ni nos vale ya cualquier tipo de luz! Una vela, un candil, una linterna…, ¡no nos sirve! ¡Queremos una luz de calidad!

Lo mismo sucede en la sociedad y en la misma Iglesia: ¡se necesita la luz del Evangelio! ¡En toda su pureza, en toda su nitidez! ¡sin rebajas, sin camuflajes! ¡Otra luz no le va, no le sirve!

Y, además, ¿a quién se le ocurre encender una luz para ocultarla, para esconderla e impedir que alumbre?

¡Y hay tantos cristianos que son luces escondidas, apagadas, o a medio encender! Hay tanto miedo, tanta timidez, tanta vergüenza, tanta… A veces, parecen, incluso, un poco practicantes, ¡pero ni son sal ni son luz!

¡Y sin son así, no sirven para nada! ¡Aunque hablen mucho, aunque se den mucha importancia! ¡Que no, que no sirven! ¡Que no los dice hoy el Señor en el Sermón de la Montaña, que es el Discurso fundamental del Reino!

Y eso a todos nos pide conversión, porque ¿quién puede decir que todo esto en él o en ella es perfecto?

La Campaña de Manos Unidas contra el Hambre en el Mundo es como un eco de la primera lectura que nos dice que cuando partimos nuestro pan con el hambriento y saciamos el estómago del indigente, brilla nuestra luz en las tinieblas y nuestra oscuridad se vuelve mediodía.

Y no podemos olvidar que el Señor Jesús, el que habla en la Montaña, es la fuente de toda verdadera luz, la fuente de toda verdadera sal.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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