ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. La Asunción de la Virgen María

¡Es esta una fiesta hermosa, alegre, y esperanzadora! Viene a confirmar nuestra fe, nuestra certeza, sobre nuestra victoria definitiva sobre la muerte: “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección”, dice la segunda lectura.

Entonces, ¿por qué la gente sigue sufriendo y muriendo? ¿Y la resurrección? El apóstol Pablo, en la misma lectura, nos lo clarifica todo: “Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia, después cuando Él vuelva, todos los que son de Cristo”. “El último enemigo aniquilado será la muerte”. Y el Apóstol añade: “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies”.

En la Asunción de María no tratamos, por tanto, de una ilusión, de una imaginación o de un deseo piadoso. Se trata de lo que nos enseña la Palabra de Dios, que podemos encontrar en la Sagrada Escritura, en la Tradición Apostólica o en ambos lugares. Y por eso, la Pascua de María, que celebramos, es un dato fundamental de nuestra fe, como declaró, de modo solemne, el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950.

Entonces ¿qué es lo que celebramos en esta fiesta tan grande? Que la Virgen no ha tenido que esperar, como nosotros, hasta la Segunda Venida del Señor, para ser glorificada, sino que, terminada su vida en la tierra, ha sido llevada en cuerpo y alma al Cielo.

Por tanto, la Palabra de Dios, que comentábamos, ha comenzado a cumplirse ya, en la Virgen, la excelsa Madre de Dios. Fue el Vaticano II el que nos enseñó que la Iglesia contempla ahora en María, lo que ella misma espera y ansía ser. Ella es, por tanto, el espejo en el que podemos contemplar, de algún modo, nuestro destino glorioso y eterno.

Hoy es, por tanto, un día en el que experimentamos la dicha de creer: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, escuchamos en el Evangelio de este día. Una antífona de esta Fiesta dice modifica esta expresión y dice: “se ha cumplido ya en ti”.

En esta Solemnidad comprendemos, de un modo especial, la necesidad de conservar y acrecentar nuestra fe y también de transmitirla a todos.

¡Y cuántas gracias debemos dar hoy al Señor, que nos concede un destino tan glorioso!

Y el Señor Jesús nos dice: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). ¡Por tanto, el que quiera vida en plenitud, ya sabe dónde se encuentran las fuentes de la vida!

La Iglesia, que peregrina rumbo a una Eternidad gloriosa, levanta hoy los ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos (L. G. 65). Ella, “asunta al Cielo, no ha olvidado su función salvadora, sino que continúa procurándonos, con su múltiple intercesión, los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros, hasta que lleguen a la patria feliz” (L. G. 62).

Esta condición gloriosa de María la contemplamos representada en la mayoría de sus imágenes como, por ejemplo, en la de la Virgen de la Candelaria, Patrona de nuestras Islas, que recordamos y festejamos este día, en su fiesta de verano. No en vano la contemplamos con una corona en su cabeza, rodeada de doce estrellas, con un manto enriquecido con prendas, con la luna bajo sus pies, en un trono, lleno de luces y flores. Y en el salmo cantamos: “De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir”.

Toda esta grandeza ha de tener su repercusión en la vida de cada día: “Os anima a esto, nos dice el Apóstol, lo que Dios os tiene reservado en los cielos”(Col 1, 5).

Terminamos nuestra reflexión, dirigiéndonos a la Virgen y diciéndole: “Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh clementísima, o piadosa, oh dulce Virgen María”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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