ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 19º del T. Ordinario C

La Segunda Venida del Señor es un dato fundamental de nuestra fe. Lo profesamos en el Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”. Y también: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”.

Cada año lo recordamos y celebramos durante un tiempo largo: En las últimas semanas del Tiempo Ordinario y en las primeras semanas de Adviento. En diversas ocasiones, a lo largo del año, también el Señor nos recuerda esta verdad. Es lo que sucede este domingo. Sin embargo es este un tema desconocido para grandes sectores del pueblo cristiano. No sucede, por desgracia, como en tiempos de los primeros cristianos, primera y segunda generación, cuando esto se vivía con una especial intensidad.

¿Y a qué viene el Señor?



A consumar y a llevar a su plenitud la Historia Humana, con la manifestación gloriosa de su Victoria, iniciada en su Resurrección y Ascensión. Y toda la Creación renovada y transformada, participará para siempre de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-24).

Entonces se acabará el sufrimiento y la muerte. “El último enemigo aniquilado será la muerte”, nos dice San Pablo (1 Co 15, 26).

Es también el día del Juicio Universal, en el que esperamos conseguir, por la misericordia de Dios, el premio a tantos trabajos y sufrimientos: “Los que hayan hecho el bien resucitarán para una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 5, 28-29). “Y así, estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4, 18). Porque “su Reino no tendrá fin”. “Por siempre, siempre, siempre…”, que le gustaba repetir a Santa Teresa.

Por todo ello, los cristianos tenemos que vivir a la espera de este hecho glorioso, como el más importante y decisivo de la Historia.

Y con razón se nos dice que no sólo hemos de esperar sino desear, más todavía, anhelar, ese acontecimiento. Por eso, es lógico que lo primero que pidamos al Señor cuando viene al altar, en la Consagración de la Misa, es “Ven, Señor Jesús”.

Y, como no sabemos “el día ni la hora”, el Evangelio de este domingo nos recuerda la necesidad de estar preparados: “Ceñida la cintura, y encendidas las lámparas, como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame”. Y se establece una doble posibilidad: La de los criados, a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela, y la del criado, que piensa que el amo tarda en llegar, “y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, y a comer y beber y emborracharse”.

En medio del verano, encontramos aquí una ocasión privilegiada para la reflexión, recordando estas enseñanzas del Señor, y para revisar nuestra vida a la luz de esta gran verdad, que profesamos.

Cuentan que San Antonio Abad recomendaba a sus monjes vivir cada día como si fuera el último día. Es una forma concreta de vivir preparados.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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