¡Jesucristo, el Señor, ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Muchas felicidades!
Sí, tenemos que felicitarnos unos a otros por tantas cosas como hemos ido recordando y celebrando estos días del Triduo Pascual, que culminan en las Fiestas de Pascua. ¡Son cincuenta días de alegría y de fiesta en honor de Cristo Resucitado! La cuestión está en que seamos capaces de mantener el ritmo de alegría y de fiesta durante tanto tiempo. ¡Porque es mucho!
Hoy nos alegramos y nos felicitamos por la dicha enorme de ser cristianos, de haber conocido y estar participando de todo. ¡Qué pena que tantas personas no conozcan o no entiendan estas cosas!
En la Resurrección del Señor no nos alegramos sólo por su victoria sino también por la nuestra. San Pablo, escribiendo a los corintios, les dice: “¿Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Pues bien: si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también nuestra fe….” (1Co 15, 12 ss).
¡Para el Apóstol del Cuerpo Místico, por tanto, la resurrección de Cristo y nuestra resurrección, cuando Él vuelva, son dos realidades inseparables!
¡Es sólo un ejemplo de lo que la Resurrección de Cristo supone para nosotros! Y haríamos bien en leer o releer el cap. 15 de la 1ª Carta a los corintios, que habla ampliamente de nuestra resurrección.
Sí, tenemos que felicitarnos unos a otros por tantas cosas como hemos ido recordando y celebrando estos días del Triduo Pascual, que culminan en las Fiestas de Pascua. ¡Son cincuenta días de alegría y de fiesta en honor de Cristo Resucitado! La cuestión está en que seamos capaces de mantener el ritmo de alegría y de fiesta durante tanto tiempo. ¡Porque es mucho!
Hoy nos alegramos y nos felicitamos por la dicha enorme de ser cristianos, de haber conocido y estar participando de todo. ¡Qué pena que tantas personas no conozcan o no entiendan estas cosas!
En la Resurrección del Señor no nos alegramos sólo por su victoria sino también por la nuestra. San Pablo, escribiendo a los corintios, les dice: “¿Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Pues bien: si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también nuestra fe….” (1Co 15, 12 ss).
¡Para el Apóstol del Cuerpo Místico, por tanto, la resurrección de Cristo y nuestra resurrección, cuando Él vuelva, son dos realidades inseparables!
¡Es sólo un ejemplo de lo que la Resurrección de Cristo supone para nosotros! Y haríamos bien en leer o releer el cap. 15 de la 1ª Carta a los corintios, que habla ampliamente de nuestra resurrección.
¡Este año tenemos la dicha de escuchar, en la celebración de la Vigilia, el Evangelio de S. Mateo hablando de la Resurrección del Señor!
Hay un parecer extendido entre algunos teólogos, incluso lo recoge el mismo Pregón Pascual, según el cual, el hecho de la Resurrección del Señor sería algo que nadie conoció; que, cuando el Señor resucitó, nadie lo vio ni se enteró, de que la noche de la Resurrección no se puede decir nada, porque no tenemos testigos. ¡Que sólo podemos acercarnos al Acontecimiento por la fe!
Sin embargo, Mateo es el evangelista que más se acerca al hecho mismo de la Resurrección. ¡Según su testimonio, en el momento mismo de la Resurrección, sí que había testigos! ¿Qué dice en concreto? Que Pilato, a petición de los sumos sacerdotes y fariseos, les dijo: “Ahí tenéis la guardia: Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis” (Mt 27, 62-65).
Del momento mismo de la Resurrección, dice Mateo: “Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del Cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima…” “Los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos”. Y el mismo ángel habla también a las mujeres, anunciándoles la Resurrección; y “ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”. Y, en otro lugar, dice que “mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdote todo lo ocurrido” (Mt 28, 11 y ss.) Es decir, que los centinelas son testigos que comunican, que cuentan, que dicen. ¡Y cuántas cosas más habrán dicho, que no recoge el Evangelio! ¡Sabemos bien que todo no se escribió!
¿Y ninguno de aquellos de la guardia o de los sumos sacerdotes y fariseos, ninguno, se habría hecho cristiano? ¿Ninguno posteriormente dio testimonio a todos de lo vio y escuchó?
Mateo, por tanto, nos ofrece unos datos que otros evangelistas no recogen. Y, sea cual sea la interpretación que se haga estos textos, se descubre, con claridad, la huella de testigos presenciales.
¡Y luego están también las mujeres! nos dice el Evangelio que, cuando las mujeres iban de camino, “Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él. Jesús les dijo: No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.
Al comenzar, con inmensa alegría y exultación, la Pascua y el Tiempo Pascual, nosotros anotamos para nuestra vida estas dos realidades pascuales: La alegría y el testimonio del Resucitado a todos, y, especialmente, a los que ahora lloran a sus seres queridos, víctimas de la epidemia, a los que se encuentran contagiados y a sus familiares, y a los que están entregados al servicio de todos.
¡FELIZ, MUY FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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