Zaqueo era una persona destacada en aquella sociedad en que vivía. San Lucas nos lo presenta como “jefe de publicanos y rico”.
Y este hombre tiene interés, no sabemos por qué, de ver a Jesús. Y, distinguido como era, se sube a una higuera y se contenta con verlo pasar de cerca.
Pero en realidad, Zaqueo buscaba a Jesús, porque antes Jesús lo buscaba a él. ¡Es el misterio de la gracia divina, que precede y acompaña la acción humana!
¡Quién vería la cara de aquel hombre, cuando Jesús se para, le mira y le dice: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”. ¡Qué conmoción tuvo que producirse en su interior! Lucas lo resume todo, diciendo sencillamente: “Él bajó enseguida y lo recibió muy contento”.
De esta forma, este hombre se siente, quizá por primera vez, amado y distinguido por un judío. Quizá, por primera vez, se siente mirado por un judío, sin ser despreciado.
Después Lucas nos presenta una doble escena: La primera, fuera de la casa: “Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. La segunda, dentro de la casa. El Evangelio nos la presenta de forma adversativa: “Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y, si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. ¡Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido!”.
¡Impresionante! ¡Asombroso!
Y este hombre tiene interés, no sabemos por qué, de ver a Jesús. Y, distinguido como era, se sube a una higuera y se contenta con verlo pasar de cerca.
Pero en realidad, Zaqueo buscaba a Jesús, porque antes Jesús lo buscaba a él. ¡Es el misterio de la gracia divina, que precede y acompaña la acción humana!
¡Quién vería la cara de aquel hombre, cuando Jesús se para, le mira y le dice: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”. ¡Qué conmoción tuvo que producirse en su interior! Lucas lo resume todo, diciendo sencillamente: “Él bajó enseguida y lo recibió muy contento”.
De esta forma, este hombre se siente, quizá por primera vez, amado y distinguido por un judío. Quizá, por primera vez, se siente mirado por un judío, sin ser despreciado.
Después Lucas nos presenta una doble escena: La primera, fuera de la casa: “Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. La segunda, dentro de la casa. El Evangelio nos la presenta de forma adversativa: “Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y, si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. ¡Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido!”.
¡Impresionante! ¡Asombroso!
Todos nos preguntamos enseguida: ¿Qué le ha sucedido a Zaqueo para que actúe así? ¿Cómo ha sido capaz de convertirse hasta ese extremo?
Está claro: ¡Jesucristo que le buscaba, como decíamos antes, le concedió el don de la conversión!
¡La conversión, el cambio de vida, no es fruto exclusivo del hombre, de su voluntad, de su fuerza interior! ¡Es, ante todo, y, sobre todo, don, gracia que el Señor no niega a nadie que quiera cambiar! ¡Sin ese don, la conversión es imposible o es cosa de un momento! Por eso, en la S. Escritura leemos: “Conviértenos, Señor. Y nos convertiremos a ti” (Lam. 5, 7).
Zaqueo es, pues, imagen de todo el que busca un cambio radical en su vida: comenzar de nuevo, partir de cero otra vez.
Los cristianos no tenemos que envidiarle porque Jesucristo, vivo y resucitado, está presente en medio de nosotros, y nos busca para reproducir en nosotros lo de Zaqueo. ¡Él ha instituido los sacramentos, como signos y lugares de su presencia y de su eficacia salvadora!
¡En el sacramento de la Penitencia, o mejor, en el de la Reconciliación, el Señor acoge nuestra conversión y dice también de cada uno de nosotros: “Hoy ha sido la salvación de esta casa!”.
¡De este modo, se vale el Señor de la fragilidad de lo humano, del ministerio ordenado, para seguir realizando hoy sus maravillas en nosotros, como entonces, en casa de Zaqueo! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
No hay comentarios:
Publicar un comentario