LA LITURGIA DEL TRÍDUO PASCUAL: 1.- JUEVES SANTO

El Jueves Santo celebramos la Cena del Señor. Es una celebración muy hermosa.

En el contexto de la Pascua de los judíos, Jesús reúne a los discípulos para celebrar con ellos la Cena Pascual. Para Jesucristo es una “cena de despedida”. Y en las despedidas se hacen los encargos, las recomendaciones más importantes; sobre todo, si se trata de la despedida de la muerte.

Jesús nos deja tres encargos: La Eucaristía, el Orden Sacerdotal y el Mandamiento Nuevo.

¡Jesús “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”!

Comienza la Cena. Y Jesús, haciendo las veces de siervo, lava los pies a los discípulos. Este rito tiene un carácter de servicio y también de purificación: Jesús habla de que ya están limpios por la Palabra que han escuchado, “aunque no todos están limpios”, refiriéndose a Judas, el traidor.

En esta celebración del Jueves Santo, el sacerdote que preside, lava los pies a unos fieles, que recuerdan a los doce apóstoles. Es una forma de hacer visible el ministerio sacerdotal, como servicio a la comunidad cristiana, situándose como “el último de todos y el servidor de todos”.

Luego el Señor coge pan y lo convierte en su Cuerpo “que se entrega” y coge una copa de vino y lo convierte en la Sangre “que se derrama”. En este momento ya Jesús se entrega a la Pasión y la Muerte, que culmina en la Resurrección. De esta forma, adelanta en la Mesa de Cena lo que iba a suceder después: su Pasión, Muerte y Resurrección.

Cuando nosotros celebramos la Eucaristía, que es la Cena del Señor, lo hacemos a la inversa: todo aquello que sucedió hace mucho tiempo, se hace presente, se actualiza ahora. Por eso es tan grande e importante la Eucaristía: Aunque nuestros ojos no vean nada, nos encontramos junto a la Pasión y Muerte del Señor, junto a su Cruz y al Sepulcro, en el momento en que resucita el Señor.

Y en la Comunión el Cuerpo de Cristo, sacrificado y resucitado, se nos da en comida. Es comunión con su Cuerpo y con su Sangre, y también es comunión con sus sentimientos, sus deseos, sus intenciones… Y es también comunión con todos los hermanos, con los que estamos unidos en un mismo Cuerpo.

Cuando dice: “Haced esto en conmemoración mía”, nos manda celebrar la Eucaristía y constituye a los apóstoles ministros de este sacramento admirable.

Qué fácilmente resolvió el Señor las dificultades de los judíos, que en el Sermón del Pan de Vida, decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

En este contexto de servicio en el lavatorio de los pies, de entrega, de Eucaristía, nos deja el Mandamiento Nuevo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Se trata de un mandato, que no sólo es importante, sino que, además, es imprescindible. Si no cumplimos este mandato, no podemos considerarnos verdaderos discípulos de Jesucristo. En el amor a los hermanos el Señor Jesús nos deja “la señal”, “la clave”, “la contraseña”, de nuestra condición de cristianos: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. Por tanto, si queremos saber si somos de verdad cristianos, o dónde hay un cristiano, o si aquel es cristiano de verdad o no, ahí tenemos “la señal”.

Al terminar la celebración de la Cena del Señor, se lleva en procesión solemne a una capilla adornada que llamamos tradicionalmente “el Monumen-to”, el pan consagrado para la Comunión del Viernes, en que, no se celebra la santa Misa, sino la Acción Litúrgica de la Pasión del Señor. Y como el Jueves Santo recordamos la Institución de la Eucaristía, el lugar donde se reserva el Santísimo, se llena de luces y flores. Y, además, se convierte en lugar de oración, de reflexión, de adoración, de acción de gracias, por el don de la Eucaristía y también por el don del Sacerdocio y por el Mandamiento Nuevo.

¡El Jueves Santo es un día eminentemente sacerdotal!

Sacerdote significa don sagrado, que no sólo se tiene que recibir, que acoger, sino que, además, se ha de cuidar, agradecer, aprovechar. Me refiero a los que hemos recibido la Ordenación Sacerdotal, pero hemos de recordar también el Sacerdocio común de los fieles, del que nos hacemos partícipes en el Bautismo, y sobre el que es necesario también reflexionar, orar, llevar a la práctica de la vida de cada día. La reflexión y oración del Monumento es como una sobremesa eucarís-tica, en la que podemos profundizar en lo que hemos celebrado, e, incluso, irnos adentrando en la meditación de la Pasión del Señor. Se recomienda la lectura y reflexión del Evangelio de S. Juan (13-17).

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