ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo de Ramos

¡La Liturgia del Domingo de Ramos es muy hermosa!

En la primera parte, recordamos y revivimos la Entrada del Señor en Jerusalén, que le recibe como Rey y Mesías. Nuestras aclamaciones y nuestros cantos se unen a los de aquella gente, que le acoge de una manera tan extraordinaria, y a los cristianos, que, a lo largo de los siglos, han celebrado esta fiesta con el mejor espíritu.

La segunda parte es la Misa de Pasión. De este modo, ¡la Cruz del Señor se convierte en el centro de la Semana! La misma procesión, llena de colorido y de fiesta, prefigura la gloria de la Resurrección, que celebraremos el próximo domingo.

¡El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa! ¡Cuántas gracias hemos de dar al Padre del Cielo, que nos concede un año más, celebrar la Pascua, la fiesta más grande e importante de los cristianos!

Y hemos de acoger estos días santos con el mejor sentido de responsabilidad: “No podemos echar en saco roto la gracia de Dios”, que escribía San Pablo (2 Co 6, 1).

Nuestra atención tiene que centrarse en las celebraciones litúrgicas de nuestras iglesias. Las procesiones, tantas y tan importantes, expresan y alimentan también lo que conmemoramos, siempre que no estén desconectadas de la participación en los actos litúrgicos.

Los sacramentos, que brotan de la Muerte y Resurrección del Señor, constituyen el núcleo de estos días santos, especialmente, El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, sacramentos de la Iniciación Cristiana, que vamos a renovar la Noche Santa de la Pascua.

El espíritu cuaresmal presenta a los cristianos dos caminos o formas fundamentales de celebrarla: Los catecúmenos, intensificando la preparación para el Bautismo, que van a recibir la Noche de la Resurrección del Señor, junto con la Confirmación y la Eucaristía. Los que ya estamos bautizados, luchando y disponiéndonos, para ser capaces de renovar nuestro Bautismo, el que recibimos de pequeños, como si fuéramos esa Noche a ser bautizados de nuevo, como si esa Noche comenzáramos de nuevo a ser cristianos. Por eso la Cuaresma es tan importante y da tanto fruto cada año en nuestra vida cristiana y en la vida de toda la Iglesia.

Y la mejor manera de renovar estos sacramentos es recibir el de la Penitencia o de la Reconciliación, tan propio de estas fechas, y que nos deja limpios y llenos de gracia, como el día de nuestro Bautismo, para celebrar la Pascua de la mejor manera posible.

Ya el Papa S. León Magno (siglo V) decía que es propio de las fiestas pascuales, que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, tanto los que llegan nuevos a ella por la recepción del Bautismo, como los que han tenido la dicha de haber recibido, desde hace mucho tiempo, esa gracia incomparable.

Y la Eucaristía está siempre presente, como la forma principal e imprescindible, de celebrar los distintos acontecimientos que recordamos.

Y la Semana Santa la celebramos como cristianos, es decir, como personas que están ya experimentando y valorando constantemente en sus vidas, los frutos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

Hagámoslo también tratando de compartir con todos los hermanos el mensaje gozoso de la Semana Santa, de la Pascua del Señor, como miembros de una Iglesia en salida misionera.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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