Ecos del MIÉRCOLES DE CENIZA

El Miércoles de Ceniza se nos hace un anuncio muy importante y alegre: ¡Dentro de cuarenta días, celebraremos la Pascua! Ésta es, como sabemos, la fiesta más importante y gozosa del año. ¡Y hay que prepararla bien! Una fiesta si no se prepara, o no se celebra, o se celebra mal. ¡Y eso es lo que sucede con frecuencia con estas celebraciones de la Semana Santa y, en concreto, con la Pascua! Y la fiesta, hemos de centrarnos en todo: en el don de la gracia y en todas las consecuencias prácticas que traen a nuestra vida, en lo personal y en lo comunitario.

Me parece que este día deberíamos realizar una doble mirada: a la Pascua y a nosotros mismos. Al mirar a la Pascua, contemplamos el Misterio central de nuestra fe. Al mirarnos a nosotros, nos vemos partícipes del Misterio Pascual, por el Bautismo y los demás sacramentos, y por el Misterio mismo de la Iglesia, que nace de la Pascua, cuyo don más importante es el Espíritu Santo, que la puso y la pone siempre en marcha.

Entonces, enseguida, constatamos la necesidad de la conversión, de un cambio en nuestra vida. ¿Quién puede decir que todo aquello lo vive con perfección, en plenitud? Por eso en la oración de la Misa le pedimos al Señor, mantenernos en “espíritu de conversión”, que es más que una simple conversión rutinaria, para “cumplir con la Cuaresma”. Por eso, se nos dice en una de las fórmulas de la imposición de la ceniza: “Convertíos y creed el Evangelio”.

Con este anhelo de conversión comenzamos hoy este santo Tiempo, “vistiéndonos de saco y ceniza”, como hemos aprendido en la Iglesia. Hay mucha devoción, mucho interés entre la gente recibir hoy la ceniza. Hay que ayudarles a comprender que sin espíritu de conversión, no tiene sentido. La ceniza es signo, expresión de conversión. Y esta es un elemento esencial de la Cuaresma.

La primera lectura llama a la conversión a todo el pueblo de Dios: “Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión, congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a los muchachos y niños de pecho…”

Escuchando a S. Pablo, en la segunda lectura, recordamos que el Tiempo de Cuaresma es un gran don de Dios. Y “¡no podemos echar en saco roto la gracia de Dios!”, porque “¡ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación!”.

Y además, somos, de alguna forma, “embajadores de Dios”, para anunciar la alegre noticia de “la Reconciliación con Dios y con la Iglesia”, a la que también ofendemos con nuestros pecados. El apóstol habla, en concreto, del ministerio apostólico. Nosotros podemos aplicarlo también a toda la Misión de la Iglesia.

El Evangelio nos presenta la conversión en positivo. Y responde a esta pregunta fundamental: ¿Qué tenemos que hacer en la Cuaresma? “La práctica de la justicia”, que se expresa, en concreto, en “la limosna, la oración y el ayuno”, siguiendo el orden del texto. Son prácticas que tenemos que hacer de cara a Dios, y no para que las vean los hombres. De lo contrario, nos dice el Señor: “ya han recibido su paga”.

¡Y porque la Cuaresma es todo esto, es un tiempo de esperanza! Y hemos de comenzarlo con alegría y optimismo. ¡Es mucho lo que el Señor nos ofrece en este Tiempo!

Que la Virgen María, los ángeles y los santos vengan en ayuda de nuestra fragilidad.

¡BUENA CUARESMA!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Celebración del Día de los Abuelos (Valle Guerra 2024)

Al terminar esta fiesta, te damos gracias, Señor, por los bienes recibidos como regalo de tu amor. Te pedimos, debido a nuestra debilidad, q...