ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 1º de Cuaresma C

Me parece que sería conveniente comenzar nuestra reflexión de este domingo, haciendo una profesión de fe sobre la existencia del espíritu del mal, del diablo; porque la mayor parte de la gente piensa que no existe, que se trata de restos de un pasado oscurantista y poco científico, de explicaciones poco acertadas acerca del origen y de la existencia del mal y de la muerte, de una imagen que representa el mal y el pecado en el mundo, de una representación del dios malo, origen de todo mal, frente a la realidad del Dios de la bondad y del bien…

Lo que más le interesa a cualquier enemigo es dar la sensación de que no está; y se esconde y se camufla, hasta que llega el momento más oportuno, para presentar batalla.

El diablo no sólo existe, sino que tiene un conocimiento, casi perfecto, de la identidad de Cristo, de su misión y de su poder. Lo contemplamos, por ejemplo, al comienzo de su Vida Pública (Mc 1,23-28). ¡Pero es el espíritu del mal!

Y también existe el otro espíritu, el Espíritu del bien, el Espíritu Santo, que ha descendido sobre Jesucristo en su Bautismo, y se ha quedado con Él, y que ahora le asiste y lo va “llevando por el desierto, mientras es tentado por el diablo”.

Ese Espíritu está también con nosotros, y quiere conducirnos, por el desierto de la Cuaresma, para llegar, bien dispuestos, a las Fiestas de Pascua.

¿Y por qué todos los años, el mismo tema -las tentaciones del desierto- en el primer domingo de Cuaresma?

Porque cada año necesitamos recordar y revivir esta experiencia. Es fundamental para nosotros, que caminamos hacia la Pascua, en medio de las tentaciones y dificultades de nuestro propio desierto cuaresmal.


Hay un himno de este Tiempo, que dice: “La Cuaresma es combate, las armas, oración, limosnas y vigilias por el Reino de Dios”. Y si esto es así, cuánto nos ayuda, al comenzar la Cuaresma, acercarnos al combate de Cristo y a su victoria sobre las tentaciones del demonio.

Se suelen hacer muchos comentarios sobre cada una de ellas; pero a mí me gusta señalar “la tentación fundamental”, que subyace en las tres tentaciones.

Me parece que el demonio trata de conseguir que el Mesías cambie de camino. Frente a la voluntad del Padre, que ha trazado a Jesucristo un camino concreto, que incluye todo tipo de adversidades, la Pasión y la Cruz, Satanás trata de desviarle por completo presentándole, en las tentaciones del desierto, un mesianismo diverso: Espectacular, glorioso, triunfador, como el que esperaban los judíos y sus mismos discípulos; Un Mesías que fuera capaz de convertir las piedras en pan, de tirarse por el alero del templo, y caer en manos de los ángeles, y hasta de pactar con el diablo, si fuera necesario, para conseguir sus objetivos.

¿No te parece importante esta tentación, que subyace debajo de aquellas tentaciones?

Es la misma tentación del principio de la Creación. “Seréis como dioses” (Gen 3, 5). Pero Jesucristo es el nuevo Adán, que sale vencedor en su combate terrible del desierto, y que, por su Misterio Pascual, realiza la Redención, que es una Nueva Creación.

¿Y nosotros? Como, acabamos de ver, el demonio no se anda con rodeos, va a lo fundamental, a la misma condición mesiánica de Cristo; y en nosotros va a la raíz de nuestra existencia cristiana. A muchos cristianos no nos podrá convencer de que dejemos de serlo, pero tratará de conseguir, por lo menos, que no lo tomemos muy en serio.

Hace falta, por tanto, la ayuda del Espíritu del Señor, que nos conduce y nos impulsa en esta Cuaresma, a la victoria sobre el enemigo, sellada en la Noche Santa de la Pascua, con la renovación de nuestro Bautismo.

La victoria de Jesucristo en el desierto prefigura su otra victoria, la que obtiene por su Cruz y por su Resurrección, que es su Pascua y principio y garantía de la nuestra. Y para esta gran solemnidad, tratamos de prepararnos, con el mejor espíritu, en este Tiempo de gracia.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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