Día del Seminario: ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 2º de Cuaresma C

Cuando Jesucristo habla a los discípulos de que tiene que padecer y morir para después resucitar, es lógico que no lo entiendan, que Pedro se lo lleve aparte para increparlo y que estén entristecidos, como en crisis... ¿Quién, en todo Israel, iba a aceptar que esa fuera la suerte del Mesías? Ellos esperaban todo lo contrario: Un Mesías glorioso, triunfador, que les liberara de la opresión de los romanos y les llevara a un reino jamás soñado.

Y Jesús trata de acercar el misterio de la Pasión a los discípulos, de modo que puedan captar, por lo menos, algo de su sentido. Por eso, unos días después, se lleva a los tres predilectos a una montaña alta para orar. Es Lucas el que nos hace esta precisión. “Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”. ¡Es la Transfiguración!

“De repente, dos hombres conversaban con Él: Eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén”. Es otra precisión de Lucas: Lo que hablaban.

¿Y por qué aparecen estos dos personajes en la montaña?

Porque los dos representan todo lo escrito en el Antiguo Testamento: Moisés, los libros de la Ley, Elías, los de los profetas.

Como dice el prefacio de la Misa de hoy, se trata de dar testimonio de que todo estaba anunciado en el Antiguo Testamento. Y que, por tanto, “de acuerdo con la Ley y los profetas, la Pasión es el camino de la Resurrección”.

Por eso, el día de la Resurrección Jesús reprocha a los discípulos de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó todo lo que se refería a Él en toda la Escritura” (Lc 24, 25-33).

Continúa diciéndonos el Evangelio, que viene una nube que los cubre. Ellos se asustan al entrar en la nube. Ésta era una señal de la presencia de Dios. Y se oye la voz del Padre: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadlo”.

De este modo, ellos pueden comprender que Jesús no es un hombre como los demás, sino el Hijo del Dios vivo, como había dicho Pedro (Mt 16, 16). ¡Y que el Padre y el Hijo están de acuerdo en el camino que el Mesías tiene que recorrer!

¡Por tanto, ellos tienen que escucharle y seguirle! ¡No hay alternativa!

¿Y, conociendo las disposiciones de los discípulos, aquello les habrá servido de algo?

Pedro, uno de los testigos, nos dice en su segunda carta: "Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la sublime Gloria le trajo aquella voz: `Este es mi Hijo amado, mi predilecto´. Esta voz, traída del Cielo, la oímos nosotros en la montaña sagrada. Esto confirma la palabra de los profetas..." (2 Pe 1, 16 ss.).

También nosotros, peregrinos hacia la Pascua por el camino de la Cuaresma, salpicado de luchas y dificultades, necesitamos la experiencia de la Montaña santa, para que comprendamos, para que recordemos cómo tenía que ser el camino de Jesucristo, que es nuestro camino, y para que seamos capaces de llegar hasta el final.

La Transfiguración de Jesucristo prefigura el acontecimiento grande y glorioso de su Resurrección. No en vano ésta se representa como la aparición de una luz muy grande, un torrente de una luz inmensa, que ilumina, que inunda al mundo entero, a toda la Creación, que gime y espera participar en la gloria de los hijos de Dios, cuando Cristo venga de nuevo y llegue a su punto culminante, su victoria sobre el pecado, el mal y la muerte (Rom 8, 19).

El día del Seminario, que celebramos este domingo, es una invitación urgente a orar y trabajar para que no falten a la Iglesia, especialmente, a nuestra Diócesis, los sacerdotes que necesitamos, para que nos ayuden a progresar por el camino de Cristo, que se ratifica y se confirma hoy en la Montaña sagrada, y podamos vivir y morir con aquella esperanza

¡FELIZ DÍA DEL SEMINARIO!

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