ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 3º de Cuaresma C

Ya sabemos que la Cuaresma es tiempo de conversión. ¡En mucho o en poco!, pero todos tenemos que convertirnos para ser capaces de celebrar la Pascua, en la que se nos pide la mejor prueba de conversión: La renovación de nuestro Bautismo, es decir, de nuestra condición de cristianos, hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y, por tanto, de nuestra adhesión a Cristo, de nuestro seguimiento de Él, de nuestra condición de muertos al pecado y vivos sólo para el bien, sólo para Dios (Rom 6, 11).

El Señor comienza su Vida Pública, diciendo: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc 1, 15).

Tenemos que convertirnos porque el Reino de los Cielos, que Jesús viene a inaugurar en la tierra, es completamente distinto de las realidades terrenas. ¡Y tan distinto!

El Evangelio de este domingo es una fuerte llamada a la conversión: “Os digo que si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. ¡La necesidad y la urgencia de la conversión!

Con todo, hay muchos cristianos que no se sienten llamados a ese cambio de vida. Dicen que ya hacen el bien, que no tienen pecados. ¡La conversión sería para los otros, para los malos!

Por eso es tan importante la segunda parte del texto, cuando el Señor nos presenta la parábola de la higuera. Ésta no hacía nada malo, sólo que no daba fruto. ¿Qué mayor mal puede haber?

El agricultor es muy paciente, pero también muy exigente. Por eso, el dueño de la parábola le dice al viñador: “Ya ves: Tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala ¿Para qué va ocupar terreno en balde?”

El Señor nos advierte: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador, a todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca, y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 1-2). ¡Dar fruto, dar más fruto!

El viñador intercede por la higuera: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

¿Y quién es este viñador? ¿Será Cristo? ¿Será la Iglesia?

¿Quién no ve aquí, en esta parábola, una imagen de nuestra vida cristiana; incluso, del Tiempo de Cuaresma? ¿Nos esforzaremos, entonces, por dar fruto, por dar más fruto? ¿No será éste el mayor y mejor exponente de nuestra verdadera conversión?

En concreto, tenemos que preguntarnos en esta Cuaresma, ¿qué fruto estoy dando yo? Y también, ¿por qué no doy más fruto? Y hemos de retener la idea de que siempre, cada día que pasa, se nos exige una mayor y mejor conversión, es decir, dar más fruto.

¿Y dónde encontraré yo toda la ayuda necesaria para conseguirlo? No hay duda, en la oración, en los sacramentos, especialmente, en la Eucaristía, en la Palabra Dios y en la práctica de la vida cristiana.

S. Agustín decía: “Temo a Dios que pase y que no vuelva”. ¡No podemos olvidar que ésta será la última Cuaresma para muchos cristianos! Muchos serán llamados por el Señor, en el curso de este año, para que, a través de la puerta semioscura de la muerte, pasen a vivir siempre con Él y con los hermanos, que están en el Cielo. ¡Es la fiesta que dura eternamente. ¡No hay fiesta como esta!

Pero no tenemos que agobiarnos porque la conversión es un don de Dios. Por eso en la Sagrada Escritura encontramos este texto: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos a ti” (Lm 5, 21).

¡Hay que pedirlo! ¡Y hay que acogerlo cuando Dios lo concede!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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