¡Cuántas cosas nos enseña el Evangelio de hoy!Quisiera centrar mi reflexión de este domingo en la necesidad de ser un árbol bueno que dé buenos frutos. Porque, a la hora de la verdad, es lo fundamental; porque no se queda todo en meras ilusiones, en grandes programas de vida, en buenos propósitos, en simples palabras. El fruto está ahí: ¡se ve, se toca, se aprovecha! ¡Y esto es lo que más se necesita en la Iglesia, y en la sociedad!
Siempre digo que el agricultor es paciente, pero también, muy exigente. Recuerdo unos lugares donde estuve de párroco, donde la mayor parte de la gente, que cultivaba la tierra, se había ido a otro lugar. Necesitaban algo más rentable, más seguro…, algo que garantizara la subsistencia de la familia y las demás necesidades. El fin de semana iban para allá y atendían, en la medida de lo posible, la agricultura.
Nos dice el Evangelio que lo fundamental para el Señor, celestial agricultor, es que demos fruto: “Yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure” (Jn 15, 16). Y también: “Yo soy la vid verdadera y el Padre es el viñador; a todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto (Jn 15, 5). Por tanto, no se trata de dar fruto, sino de dar más fruto, el máximo fruto.
Y nos dice el Señor que hay árboles que dan frutos malos. Es la situación de aquellos que se dedican, especialmente, a fijarse en lo que hacen los demás. Y, a veces, los juzgan duramente, los desprecian, los señalan. Se fijan en la mota que tiene el hermano en su ojo y no se dan cuenta de la viga que llevan en el suyo, como nos advierte el Evangelio de hoy.
Por este camino es fácil que se conviertan en “guías ciegos” de los demás. Y lo que hablan es malo, porque dice el Señor que “de lo que rebosa del corazón, habla la boca”.
Siempre digo que el agricultor es paciente, pero también, muy exigente. Recuerdo unos lugares donde estuve de párroco, donde la mayor parte de la gente, que cultivaba la tierra, se había ido a otro lugar. Necesitaban algo más rentable, más seguro…, algo que garantizara la subsistencia de la familia y las demás necesidades. El fin de semana iban para allá y atendían, en la medida de lo posible, la agricultura.
Nos dice el Evangelio que lo fundamental para el Señor, celestial agricultor, es que demos fruto: “Yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure” (Jn 15, 16). Y también: “Yo soy la vid verdadera y el Padre es el viñador; a todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto (Jn 15, 5). Por tanto, no se trata de dar fruto, sino de dar más fruto, el máximo fruto.
Y nos dice el Señor que hay árboles que dan frutos malos. Es la situación de aquellos que se dedican, especialmente, a fijarse en lo que hacen los demás. Y, a veces, los juzgan duramente, los desprecian, los señalan. Se fijan en la mota que tiene el hermano en su ojo y no se dan cuenta de la viga que llevan en el suyo, como nos advierte el Evangelio de hoy.
Por este camino es fácil que se conviertan en “guías ciegos” de los demás. Y lo que hablan es malo, porque dice el Señor que “de lo que rebosa del corazón, habla la boca”.
Está claro que tenemos que cuidar al máximo nuestro corazón, de hacer todos los esfuerzos y buscar la ayuda de Dios, para que tengamos un corazón bueno, de verdad. Entonces nuestra vida cristiana quedará garantizada. Dará siempre frutos buenos, los mejores frutos.
Jesucristo, el Señor, es aquel que ha dado más fruto, el mejor fruto. A la Virgen le decimos “bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Los santos nos muestran cada día, de mil formas distintas, hasta qué punto un cristiano puede dar fruto, y así, presentan el mejor rostro de la Iglesia.
Y, además, en la vida de la Iglesia es importante contar con buenos guías, que no sólo no sean ciegos, sino llenos de luz y de vida, para que ayuden a los/as hermanos/as, con su palabra y su testimonio de vida, a dar fruto abundante. Es la dirección espiritual o el acompañamiento espiritual. La Iglesia valora mucho este ministerio. Cada día podemos comprobar su importancia, su eficacia, su belleza. Sin embargo, hay personas que no lo entienden, que huyen de todo lo que suponga compartir con otra persona, aunque sea sacerdote, su situación espiritual.
En estos tiempos de Misión en nuestra Diócesis y en otros muchos lugares, se ha revalorizado mucho la Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa San Pablo VI, “Evangelii Nuntiandi” (8-12-1975). Nos viene muy bien ahora recordar lo que el Papa escribía en el núm. 41: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio", es decir, que dan fruto, que lo concretan todo en obras.
¡Qué bien nos viene el Tiempo de Cuaresma, que va a comenzar, para avanzar en lo que San Lucas nos presenta, en estos tres últimos domingos, en el llamado Sermón de la Llanura!
¿Y qué es la Cuaresma sino un tiempo de gracia, que nos anima a dar fruto? Se trata de extraer el mayor y el mejor fruto de la Celebración de la Pascua, fundamentalmente, renovando, reviviendo, los Sacramentos de Iniciación Cristiana, especialmente, el Bautismo.
Con el deseo de que siempre seamos árboles que dan frutos buenos, les deseo una buena Cuaresma, la mejor Cuaresma.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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