ECOS DE LA SOLEMNIDAD DE. SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

¡Hoy todo se centra en el Año Nuevo!

Sin embargo, además de eso, son muchas las cosas que llaman nuestra atención. Veamos:

El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando toda la semana hasta llegar a este día. ¡Hoy es la Octava de la Navidad! Con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II.

Y “a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño. Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y a José.

Aunque la Santísima Virgen está presente en toda la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo a honrar a la Virgen María, con el título de Madre de Dios. ¡Es la fiesta más importante de la Virgen!

No significa, por supuesto, que la Virgen sea una “diosa”, que sea tan grande como Dios, que exista antes que Él… Se trata de que el Niño que se forma en su seno y da a luz, es el Hijo de Dios hecho hombre. En este sentido y sólo en este sentido, la honramos y la invocamos como Madre de Dios.

Este es el título más grande e importante que podemos dar a la Virgen. Y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios le otorga y que están expresados en estas cuatro verdades de fe: la Maternidad Divina, que celebramos hoy, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua, y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.

En la segunda lectura de hoy, S. Pablo nos ayuda a situar a la Virgen en el proyecto y en la realización de la obra de la salvación de Dios Padre sobre toda la humanidad. Por eso, dice que envió a su Hijo, nacido de una mujer, “para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Ella es, por tanto, “el puente” por donde llegó a nosotros el Salvador. Y su cooperación singular a la obra de la salvación, hace que sea también Madre de la Iglesia, y Madre espiritual de todos y cada uno de los cristianos. Es lo que nos enseña el Vaticano II.

De este modo, ella ocupa, al mismo tiempo, el lugar más alto y más próximo a nosotros: El más alto, porque es la Madre de Dios; el más próximo porque es también nuestra Madre! ¡Qué hermoso es todo esto!

Eso hace que los cristianos nos acojamos siempre a su intercesión y que tratemos de amarla, imitarla, conocerla más y más…

Hoy comienza un Nuevo Año. ¡Cuántos interrogantes! Año en que, a pensar de los avances socioeconómicos, es todavía de crisis y, por tanto, de especial esfuerzo y trabajo; año también de ilusiones y de esperanzas. ¡Y lo comenzamos poniendo nuestra confianza en la intercesión y la protección de la Madre de Dios! Implorando de ella, sobre todo, el don de la paz.

En efecto, el primero de enero, desde hace mucho tiempo, es para la Iglesia, la Jornada Mundial de la Paz.

Se ha dicho que la paz del corazón es el fundamento de toda paz verdadera, y que es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.

Que la Virgen, Madre de Dios, interceda con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡FELIZ AÑO NUEVO!

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