ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 24º del T. Ordinario A


A Pedro le costaba perdonar como a nosotros, y sabía que los rabinos enseñaban que hay obligación de perdonar hasta cuatro veces. Y es posible que pensara que si él proponía siete, es decir, muchas, llegaría a un “entendimiento” con el Maestro, y podría quedarse tranquilo. Es lo que llamaríamos hoy “un pacto ético”.

Pero el Señor le responde que no, que hay que perdonar siempre. Que al que no perdona, le va a tocar la suerte del empleado de la parábola. Y, además, que no hay que perdonar por ningún “pacto ético”, sino que el perdón es algo que debe salir, casi espontáneo, de un corazón, que ha sido perdonado muchas veces y de las más diversas cosas.

En efecto, el rey de la Parábola había perdonado a aquel empleado 10.000 talentos, una cantidad muy grande, enorme; equivalía a 60 millones de denarios. Y un denario era lo que ganaba un obrero trabajando un día, de sol a sol. El compañero le debía al empleado 100 denarios. Y era una cantidad un tanto respetable, porque hacían falta 100 días de trabajo para ganarlos. Pero ¿qué era eso comparado con los 60 millones?

De este modo el Señor presenta el hecho de no perdonar al hermano, como algo completamente absurdo; es lo que le dice el rey al empleado: “¡Siervo malvado! Toda aquella cantidad te la perdoné porque me lo pediste ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?”

Y concluye la Parábola diciendo: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del Cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

No basta, pues, con perdonar. ¡Hay que perdonar de corazón!

El perdón no puede ser algo “estratégico”, algo que tengo que hacer si quiero conseguir el perdón de Dios. No. No es así, porque no se trata de hacer “un simulacro” de perdón. El Señor dice que hay que perdonar “de corazón”.

Pero, en la actualidad, esta Parábola está en crisis, porque la mayoría de la gente dice que no tiene pecados. Por tanto, es gente que no se siente perdonada, que no se siente en deuda con el Señor. ¡Es terrible, pero es así!

En un primer momento, da la impresión de que la Parábola no vale para ellos. En efecto, si yo no he sido perdonado, no me vale la argumentación de la Parábola. Lo más que podríamos decir es que Dios estaría dispuesto a perdonarnos todo y siempre; y, por tanto, de algún modo, quedaríamos dentro de su espíritu.

Por otro lado, El Papa San Juan Pablo II nos dijo, en algunas ocasiones, que la justicia no basta, por sí sola, para regular la vida social. Que hace falta introducir la misericordia y el perdón, como formas más perfectas de justicia. (D. in M. 12).

Por poco que reflexionemos, comprendemos enseguida lo importante que es la misericordia y el perdón en la convivencia de los seres humanos, que, estamos llenos de faltas y limitaciones, y que, en definitiva, no siempre hacemos lo que realmente queremos. (Rom 7, 15-25).

En las enseñanzas sobre la vida de la comunidad cristiana, que escuchamos estos domingos, es lógico, por tanto, que S. Mateo haya querido introducir estas enseñanzas del Señor sobre el perdón, como una exigencia necesaria para la buena marcha de la comunidad cristiana. ¡Sin perdón y sin misericordia, fracasa toda institución humana!

¿Quién no descubre aquí la necesidad de una luz y de una fuerza superiores, para poder realizar todo esto, para poder vivir así?

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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