ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 17º del T. Ordinario A


El Reino de Dios es una expresión muy rica en contenido. Es como el compendio de todos los bienes que nos trae Jesucristo, el Mesías, y que se anuncia como evangelio, es decir, como buena noticia.

Y el Reino de Dios se personifica en Cristo. Con Él llega a la tierra el Reino de los Cielos. Los que aceptan su palabra se incorporan al Reino, que se inicia en la vida de la Iglesia peregrina, y que tiene su punto culminante en la Venida Gloriosa del Señor.

De diversos modos habla el Señor del Reino de los Cielos. Estos domingos a través de unas parábolas, comparaciones sencillas, al alcance de todos. Hoy el Señor compara su Reino a un gran tesoro, y a una perla preciosa, de gran valor.

Nunca compara el Señor su Reino con algo malo, desagradable, pobre, triste…, sino todo lo contrario, con algo valioso: Con unas bodas, con una pesca abundante como en el Evangelio de hoy, con un gran banquete…

Se trata, por tanto, de un tesoro, pero escondido. No se conoce; parece que no hay nada en aquel campo. Todo normal… Hasta que llega uno, y encuentra el tesoro que alguien ha guardado allí. Esto era frecuente en el país de Jesús. Y entonces, “lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene, y compra el campo”.

Al escuchar esta enseñanza, los cristianos tendríamos que preguntarnos: ¿El Reino de los Cielos es para mí algo valioso? ¿Un tesoro tan grande, por el que merece la pena “venderlo todo” para conseguirlo? O, por el contrario, ¿vendemos nosotros “el tesoro del Reino”, por cualquier cosa? Como una señora que tiene una gran cantidad de plata guardada en la bodega de la casa, pero está ennegrecida por el tiempo, y no le da importancia; y termina por dejarla al de la chatarra, por una pequeña cantidad de dinero.

Los santos, especialmente, los mártires, se nos presentan como aquellos que han tenido “la suerte” de encontrar “el tesoro”; y entonces, lo han “vendido todo”, hasta la misma vida, para conseguirlo. ¡Muy seguros tendrían que estar ellos de su valor, para actuar así!

San Pablo escribía: “Todo lo que para mí era ganancia, lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él”. (Fil. 3,7-9).

Y el Papa San Juan Pablo II, escribía a los jóvenes, que se iban a reunir con él en Santiago: “El descubrimiento de Cristo es la aventura más grande de vuestra vida”.

Compara después el Señor su Reino “a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.

También aquí aparece “la suerte” o “la Providencia”: “La encontró”. Pero advierte el texto, que el que la encuentra es “un comerciante en perlas finas”, alguien que entiende de perlas, un experto, diríamos hoy.

Por eso, para valorar y comprar el tesoro o la perla del Reino de Dios, hace falta “entender”, ser un “tipo listo”, capaz de descubrir “la perla del Reino de Dios”, como algo muy importante, trascendental, por lo que merece la pena sacrificarlo todo. Y ya sabemos que todos “no entienden” de esas cosas, o “no son tan inteligentes” o están cerrados a la luz del Espíritu, y, por eso, se deja o, incluso, se desprecia, muchas veces, el tesoro o la perla del Reino de Dios.

¡Es el misterio del Reino, que las parábolas nos tratan de presentar!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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