ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 13º del T. Ordinario A


Terminan hoy las instrucciones de Jesús a sus discípulos, con una llamada radical a su seguimiento y con una identificación con sus enviados.

Aprendemos aquí, en primer lugar, que hemos recibido nuestra vida para darla, no para quemarla en la hoguera del egoísmo. Ya el Vaticano II nos enseña que el hombre no logrará jamás su plenitud, si no entrega su vida al servicio de los demás. (G. et Sp, 24)

El Evangelio de hoy nos enseña que la vida hay que entregarla en primer lugar, a Jesucristo, y por Él, a los hermanos. En caso contrario, “se pierde”: No agradamos al Señor ni somos dignos de Él y nuestra existencia es estéril. Es como el primer mandamiento aplicado a Cristo. Amarle más que a todas las personas y las cosas, estar dispuesto a dejarlo todo por Él; o, como decía S. Benito, “no anteponer nada a Cristo”.

El Señor no quiere organizar un conflicto en nuestra vida, sino establecer una jerarquía salvadora. Por este camino, se consigue cien veces más en esta vida, y la vida eterna. Ni un vaso de agua quedará sin recompensa. No hay nadie en el mundo que “pague” así.

Por eso, cuando, verano tras verano, contemplamos una respuesta muy pobre a las llamadas de Señor, al plan de Dios sobre nosotros, quiere decir que algo está marchando mal entre nosotros. Me refiero, entre otras cosas, al Cursillo de Selección del Seminario.

Y el Señor se identifica con sus enviados. Por eso nos dice: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”. Más, en concreto: “El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”. Y el Señor tiene palabras muy duras para aquellos pueblos o personas que no acojan a sus enviados. Y esto se ha cuidado siempre en la Iglesia, desde el principio. Recordemos, por poner sólo un ejemplo, este texto de S. Pablo: “Os rogamos, hermanos, que apreciéis el esfuerzo de los que trabajan entre vosotros, cuidando de vosotros por el Señor y amonestándoos. Mostradles toda estima y amor por su trabajo”. (1Tes 5, 12-13).

Estas actitudes no han faltado nunca nuestros pueblos y ciudades, pero resultan preocupantes ciertas “hierbas amargas”, que brotan, con frecuencia, por un lado y por otro, en sentido contrario. El Papa Francisco ha tenido que corregir severamente a una Diócesis de África, que no ha recibido al nuevo obispo, que él ha nombrado, porque es de una tribu distinta”.

En la oración por los sacerdotes, que realizamos, con frecuencia, en la parroquia, suelo decir a la gente, que recordemos, especialmente, a aquellos sacerdotes, que han tenido alguna relación especial con nosotros, porque nos han bautizado, o dado la primera comunión, o nos han confesado, etc.

La primera lectura nos recuerda que ya, en el Antiguo Testamento, era éste el proceder de Dios con los que acogen a sus enviados, y premia a aquellos esposos, que acogen al profeta Eliseo en su casa, con el nacimiento de un niño.

Nuestra reflexión de hoy nos recuerda, por tanto, cuestiones fundamentales en nuestra vida de cristianos. ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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