ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 32º del T. Ordinario C


Ya sabemos que el Evangelio de San Lucas se estructura como un camino hacia Jerusalén. El domingo 13º contemplábamos el comienzo de ese camino. Hoy llega a su fin. El texto de hoy nos lo presenta ya en Jerusalén, donde enseñaba a diario en el templo (Lc 19, 47).

Uno de esos días, unos saduceos, que se distinguían de los fariseos, en que negaban la resurrección y la existencia de espíritus, se acercan a Jesús para presentarle una objeción acerca de la resurrección.

Se trata de una mujer que, de acuerdo con la Ley de Moisés, estuvo casada con siete hermanos, y ha muerto. Y le preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”

Seguro que irían frotándose las manos y diciéndose unos a otros: “A este Maestro de Nazaret, lo vamos a dejar en ridículo, se va a quedar sin palabras, cuando le presentemos nuestro caso. Verá que es absurda esa doctrina que enseña. Si fuera verdad, ¡qué líos se iban a formar, después de la muerte!”

Si nos preguntaran esto a nosotros, creyentes en la resurrección, ¿qué responderíamos? Jesús lo resuelve muy fácilmente: ¡En la resurrección no existirá el matrimonio!

Recuerdo que en una Jornada Mundial de la Juventud, Juan Pablo II decía a los jóvenes reunidos, que hay cuestiones en las que Jesucristo es “el único interlocutor competente”, porque Jesucristo es el único que conoce y entiende de esos temas. Nosotros los conocemos, porque Él nos lo ha enseñado. En la conversación con Nicodemo, le dice: “Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” (Jn 3, 11-13).

¡Está claro que la resurrección de los muertos es una de aquellas cuestiones de las que habla el Papa!

Pero hay más. Sigue diciendo el Señor: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.

¡Qué importante y decisivo es, mis queridos amigos, tener una fe cierta, convencida, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro! Esa fe es la que sostuvo en el martirio a aquellos muchachos, los macabeos, que nos presenta la primera lectura de este domingo. Y esa fe es la que ha sostenido, a lo largo de los siglos, a muchos hombres y mujeres en medio de las mayores dificultades, sin excluir la misma muerte.

Y al terminar el Año Litúrgico, hoy es ya el domingo 32º, se nos presentan estos temas, porque cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos el término de la Historia humana, con la Segunda Venida del Señor, que dará paso a la resurrección de los muertos y a la vida del mundo futuro.

¡Qué dicha la nuestra que, desde pequeños, sabemos estas cosas!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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