ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 11º del T. Ordinario C


Si algo constatamos con frecuencia en la Palabra de Dios, es que Él nos perdona siempre; que en el pecado, da lugar al arrepentimiento, y que nos llama constantemente a la conversión porque quiere perdonarnos.

¡Es el tema de este domingo!

La primera lectura nos presenta el pecado de David, su arrepentimiento ante el profeta Natán, y su perdón.

El Evangelio nos presenta cómo Cristo perdona a “la mujer pecadora” en casa de Simón el fariseo, que le ha invitado a comer.

De la segunda lectura extraemos la idea de que el perdón cristiano viene del Sacrificio Redentor de Cristo. Pablo concluye diciendo: “Si la justificación fuera efecto de la Ley, la muerte de Cristo sería inútil”.

El Evangelio nos presenta tres tipos de personas con relación a Jesucristo: Simón, el fariseo, la mujer pecadora, y los convidados.

Simón es el clásico fariseo orgulloso, que se siente justificado por cumplir la Ley, y desprecia a todo el que falla. Para él no cuenta la debilidad humana. ¡Si peca es porque quiere! Por eso no puede comprender la actitud de Jesús, que “acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 1).

No sabemos cómo la mujer fue capaz de entrar en la casa y acercarse tanto al Señor.

Es una pecadora, objeto del desprecio de Simón y de los demás. A los pies de Cristo llora y derrama un perfume, que seca con su pelo.

En la parábola que Jesús propone a Simón, se pone al descubierto “el pecado del fariseo”, que consiste en su falta de amor. “Porque al que poco se le perdona poco ama”, mientras que a la mujer se le perdona mucho, porque tiene mucho amor.

Simón es la imagen del cristiano que dice que “no tiene pecados”, pero Cristo conoce el corazón de cada uno. Él no niega el pecado de la mujer. Sencillamente constata que ama mucho y por eso le dice: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Con su perdón, Jesucristo no humilla a la mujer. Al contrario, la ensalza, la dignifica, la libera de su postración, y la reintegra a la vida social y religiosa de Israel.

¿Y los convidados? Ellos, que están a la expectativa, se escandalizan de que Jesucristo pueda perdonar los pecados. No le reconocen como el Mesías, como el enviado de Dios. Nos recuerdan a tantos cristianos que dicen: “¿Y quién es el cura para decirle yo mis pecados? ¿No es un hombre como yo?”. Y se niegan a la reconciliación con Dios.

¡Demos gracias al Señor por su misericordia!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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