ECOS DEL DÍA DE L SEÑOR. Domingo 2º de Adviento C



En nuestro camino hacia la Navidad, se presenta este domingo, en medio de nuestra asamblea, la figura de Juan el Bautista. ¡Con qué relieve, con qué veneración, lo hace el evangelista S. Lucas!

La Iglesia acoge hoy la voz y la misión del Bautista, porque ella, toda entera, tiene que prepararse para la Navidad; y, además, tiene ahora el encargo de preparar al Señor, como hizo Juan, “un pueblo bien dispuesto” para celebrar la Navidad y para su Venida Gloriosa.

El Evangelio de este domingo nos dice: “Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados...” Y, además, que se cumple lo anunciado por el profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos… Y todos verán la salvación de Dios”.

El planteamiento que se nos hace es muy sencillo: Dios quiere que cada cristiano, que todo su pueblo santo, goce de la salvación que nos trae y nos ofrece cada año la Navidad. Y cada uno tiene que preguntarse seriamente: ¿Qué es lo que obstaculiza, qué es lo que impide, que llegue a mí este año la gracia de la Navidad?

Siguiendo el texto, podríamos preguntarnos, en concreto: ¿Cuáles son en mi vida, los valles, las deficiencias, que tengo que rellenar? ¿Cuáles, los montes y colinas que tengo que allanar? ¿Qué es lo torcido que tengo que enderezar y lo escabroso que tengo que igualar?

¿Quién no ve aquí la necesidad de una labor espiritual, de un esfuerzo serio y decidido para conseguirlo? ¿Quién no ve aquí la necesidad del Adviento?

Y todo esto se llama conversión. El Adviento, lo sabemos, es tiempo de conversión. Y ésta consiste en pasar del pecado a la gracia; o de la gracia a más gracia, a mejor gracia. En definitiva, hacia la santidad a la que nos llama el Señor.

Precisamente, en la segunda lectura, S. Pablo quiere que los cristianos lleguemos al “Día de Cristo”, su Segunda Venida, “santos e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”.

¿Quién no descubre aquí la necesidad del sacramento de la Penitencia? ¿No debería terminar el Adviento con la recepción, humilde y confiada, de este sacramento?

La primera lectura es un bello cántico, una invitación a la alegría, que se hace a la Iglesia, la nueva Jerusalén, al contemplar a sus hijos que vuelven a ella.

Y es que la preparación y la celebración de la Navidad no es, como decíamos, algo sólo de tipo individual, sino también, de tipo comunitario y misionero. Tiene que ser la Navidad de una “Iglesia en salida misionera”, que anuncia a todos la llegada de la salvación, que no puede dejar a nadie indiferente.

Ojalá que lo hagamos así. Entonces, en el Tiempo de Navidad, proclamaremos, gozosos, con el salmo responsorial de este domingo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.

¡BUEN ADVIENTO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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