
La Iglesia acoge hoy la voz y la misión del Bautista, porque ella, toda entera, tiene que prepararse para la Navidad; y, además, tiene ahora el encargo de preparar al Señor, como hizo Juan, “un pueblo bien dispuesto” para celebrar la Navidad y para su Venida Gloriosa.
El Evangelio de este domingo nos dice: “Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados...” Y, además, que se cumple lo anunciado por el profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos… Y todos verán la salvación de Dios”.
El planteamiento que se nos hace es muy sencillo: Dios quiere que cada cristiano, que todo su pueblo santo, goce de la salvación que nos trae y nos ofrece cada año la Navidad. Y cada uno tiene que preguntarse seriamente: ¿Qué es lo que obstaculiza, qué es lo que impide, que llegue a mí este año la gracia de la Navidad?
Siguiendo el texto, podríamos preguntarnos, en concreto: ¿Cuáles son en mi vida, los valles, las deficiencias, que tengo que rellenar? ¿Cuáles, los montes y colinas que tengo que allanar? ¿Qué es lo torcido que tengo que enderezar y lo escabroso que tengo que igualar?
¿Quién no ve aquí la necesidad de una labor espiritual, de un esfuerzo serio y decidido para conseguirlo? ¿Quién no ve aquí la necesidad del Adviento?
Y todo esto se llama conversión. El Adviento, lo sabemos, es tiempo de conversión. Y ésta consiste en pasar del pecado a la gracia; o de la gracia a más gracia, a mejor gracia. En definitiva, hacia la santidad a la que nos llama el Señor.
Precisamente, en la segunda lectura, S. Pablo quiere que los cristianos lleguemos al “Día de Cristo”, su Segunda Venida, “santos e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”.
¿Quién no descubre aquí la necesidad del sacramento de la Penitencia? ¿No debería terminar el Adviento con la recepción, humilde y confiada, de este sacramento?
La primera lectura es un bello cántico, una invitación a la alegría, que se hace a la Iglesia, la nueva Jerusalén, al contemplar a sus hijos que vuelven a ella.
Y es que la preparación y la celebración de la Navidad no es, como decíamos, algo sólo de tipo individual, sino también, de tipo comunitario y misionero. Tiene que ser la Navidad de una “Iglesia en salida misionera”, que anuncia a todos la llegada de la salvación, que no puede dejar a nadie indiferente.
Ojalá que lo hagamos así. Entonces, en el Tiempo de Navidad, proclamaremos, gozosos, con el salmo responsorial de este domingo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
¡BUEN ADVIENTO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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