ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 34ª del T. Ordinario B

Por fin, hemos llegado al final del camino, del Año Litúrgico. El próximo domingo comenzaremos uno nuevo, por el Adviento.
Cuando se ha tomado todo este tiempo con seriedad y responsabilidad, se llega al último domingo con alegría, con gratitud y con una cierta señal de alivio.

La Liturgia centra hoy nuestra atención en Cristo como Rey del Universo. De esta forma, en estas fechas en las que recordamos y celebramos la Segunda Venida del Señor, como comentábamos el domingo pasado, esta solemnidad nos enseña cuál va a ser el final de la historia humana: la manifestación plena y gloriosa del Reinado de Cristo. Reinado que también es nuestro, como escuchamos en la segunda lectura de hoy: “Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su Sangre, nos ha convertido en un Reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre…”

La afirmación de Cristo de que es Rey, cuando está ante Pilato detenido, maniatado e imposibilitado, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí. 

Pero Él es Rey. Lo ratifica ante Pilato: “¡Tú lo dices: soy Rey!” El Hijo de Dios vino a la tierra, precisamente, a iniciar aquí, el Reino de los cielos. Y, los que acogían su Palabra, se iban incorporando al Reino. Los que no la acogían se quedaban fuera. El prefacio de la Liturgia de hoy habla de “un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”. 

Y antes de subir al Cielo, mandó a los apóstoles, y, con ellos también a nosotros, a extender su Reino por toda la tierra (Mc 16,15-17). 

Pero lo primero que se nos pide en esta solemnidad es una firme y decidida adhesión personal a Jesucristo por la fe, la renovación del Bautismo, y la voluntad de perseverar fieles a ese Reino, aún en medio de las dificultades, hasta el fin, es decir, hasta la Vuelta Gloriosa de Jesucristo, siguiendo así el ejemplo de tantos que entregaron su vida al Señor al grito de “¡Viva Cristo Rey”.

Todo esto nos urge también a esforzarnos por extender su Reino, como Jesús nos mandó. De este modo, se hará realidad en plenitud, lo que escuchamos en la primera lectura: “Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron”. 

A veces, en efecto, nos da la impresión de que Jesús, el Señor, no reina en distintos lugares, personas, instituciones y situaciones de la vida y de la historia. El ritmo de crecimiento del Reino nos parece muy lento…

¡Cuántas gracias debemos dar al Señor porque ha querido compartir con nosotros su Reinado y nos concede la gracia de celebrar hoy esta fiesta tan hermosa!

En medio de las dificultades, que nunca faltan en nuestra condición de peregrinos, le podemos decir este día a Jesucristo, con una inmensa e invencible confianza: “Tú eres el Rey del Universo, tú eres el Señor de la historia. Tú eres nuestro Rey. Tú conoces el corazón de cada uno, tú lo sabes todo. Amén. Aleluya”. 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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