ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Solemnidad de Todos los Santos


¡Es ésta una de las fiestas más hermosas del Calendario Cristiano!

A lo largo del año vamos celebrando la fiesta de muchos santos. Hoy celebramos, en una misma solemnidad, a todos los santos. Y se estremece nuestro corazón al considerar que familiares, amigos y conocidos nuestros, se encuentran entre esa multitud que nos presenta la primera lectura de este día.

¡Hoy es el día del “santo desconocido!”. Por todo ello, es éste un día inmensamente alegre y hermoso. Si por un santo, hacemos fiesta, cuánto más al recordar y celebrar a todos los santos.

Contemplamos en esta fiesta la gloria, la felicidad y la grandeza en la que termina la vida de los auténticos seguidores de Cristo. Por eso nos anima, nos hace mucho bien, celebrar esta gran solemnidad. Parece como si hoy la santidad se nos hiciera más cercana, más asequible. No en vano es la que han practicado las personas más próximas a nosotros y a las que más queremos.

¿Y por qué son santos todos estos hermanos nuestros? ¿En qué consiste esa santidad?

El Vaticano II nos lo explica muy bien: “El Bautismo y la fe los han hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por eso, realmente santos; y deben conservar y llevar a plenitud en su vida, la santidad que recibieron” (L. G. 40). La santidad, por tanto, es ante todo y sobre todo, don, gracia de Dios; una consecuencia del Bautismo, del que nos habla la segunda lectura de este día. Nos hacemos hijos de Dios y, por lo mismo, “realmente santos”.

El Concilio nos enseña además, que esa santidad que recibimos, hay que conservarla y perfeccionarla, llevarla a plenitud. De esta forma, nos señala nuestra tarea fundamental, nuestro trabajo más importante en la vida, aquello por lo que hemos de tener más interés y mayor preocupación. Nos dice la segunda lectura: “Todo el que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, como Él es puro”.

Necesitamos recordar con frecuencia esta meta a la que estamos llamados, para que no caigamos en la tentación de instalarnos en la mediocridad y en la medianía. Me gusta decir que el Señor ¡no quiere que seamos buenos, sino que seamos santos! Santa Teresa decía: “¡Qué importante en la vida espiritual es sentirse animado por un gran deseo!”.

¡Hoy es un día apropiado para recordar todas estas cosas!

El Evangelio nos presenta, más en concreto, el camino para alcanzar la santidad: La práctica de las bienaventuranzas.

Los santos son, por último, intercesores nuestros. Y es bueno que contemos con su ayuda en nuestro camino hacia la plenitud de la santidad. Así rezamos en la oración de la Misa hoy: “Concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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