La voz del Consiliario: Ecos del Día del Señor (LA NATIVIDAD DEL SEÑOR)


¡Por el camino del Adviento hemos llegado a la Navidad!

Nos disponemos, pues, a celebrar el Nacimiento de Jesús y sus primeras manifestaciones hasta llegar a su Bautismo, cuando va a iniciar su Vida Pública. ¡Es el Tiempo de Navidad! Recordamos y celebramos, por tanto, casi toda la vida del Señor.

Y no celebramos estos acontecimientos como si se tratara sólo del recuerdo de algo que sucedió hace mucho tiempo; porque el Misterio de la Liturgia de la Iglesia –del Año Litúrgico- hace que estos acontecimientos se hagan, de algún modo, presentes, de manera que podamos ponernos en contacto con ellos y llenarnos de la gracia de la salvación (Const. Liturgia, 102). Es lo que se llama el “hoy” de la Liturgia.

Y esto es muy importante ¡Cambia por completo el sentido de la celebración!

El Papa S. León Magno (S. V), en una homilía de Navidad, decía: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos…” (Hom. Nav. I).

Y en la Misa de Medianoche, por poner otro ejemplo, repetimos, en el salmo responsorial: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.

Y lo tomamos tan en serio, que nos felicitarnos unos a otros por la “suerte” que hemos tenido al haber encontrado a Jesucristo en nuestro camino, al haber sido acogidos por la Iglesia, que es Madre y Maestra, y al poder celebrar la llegada de la salvación…

¡Cuántas gracias debemos dar a Dios Padre, que nos concede, un año más, celebrar estas fiestas tan grandes y tan hermosas!

Éstas son fiestas de mucha alegría, como comentaba el Domingo 3º de Adviento. Alegría que, decía, radica en el corazón, y que es desbordante en manifestaciones externas, ya tradicionales. Alegría que debe ser mucho mayor que si nos hubiera tocado la lotería...

Es tan importante y real todo esto, que la Navidad nos exige un cambio de vida, y debe marcar un antes y un después en la vida de cada cristiano. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de Medianoche: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya, desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: La aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.

Y nadie puede decir, por ningún motivo: “Se me estropeó la Navidad.” O también: “¿En estas circunstancias, cómo puedo celebrar la Navidad?” “¿Cómo vamos a felicitar la Navidad a un enfermo?, me decía alguien, en una ocasión.

La Navidad nos encuentra cada año en una situación distinta. Y desde ahí, desde ese “lugar concreto”, tenemos que salir al encuentro del Señor que llega, que quiere llegar a cada uno de nosotros, sin ninguna excepción. Y esto se realiza, especialmente, en la Eucaristía de la Navidad, en la que el Señor viene a cada uno, en la Comunión. Es lo más parecido al Portal de Belén y al mismo Cielo.

Ya San León Magno, en la homilía que antes comentaba, decía: “Nadie tiene que sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo”.

En resumen, como los pastores, “vayamos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor…”, para que podamos volver al encuentro con los hermanos, también como los pastores, “dando gloria y alabanza a Dios” por todo lo que hemos visto y oído”. (Cfr. Lc 2, 15-20). ¡Feliz Día del Señor! ¡Feliz Navidad!

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