La voz del Consiliario (Juan Manuel Pérez Piñero): Ecos del II Domingo de Navidad


Este es “un domingo puente”, entre la Navidad y la Epifanía, que es la segunda parte del Tiempo de Navidad.

Este domingo no celebramos ningún acontecimiento concreto de la vida del Señor; pero, al ser un domingo puente, la Liturgia pretende ofrecernos alguna ayuda, para detenernos, hacer un stop, en medio de estas fiestas, y pararnos a contemplar más y más el Misterio de la Navidad. O para detenernos en algún aspecto o acontecimiento concreto, que tenga para cada uno una especial significación. Incluso, para reflexionar sobre la forma misma en que estamos celebrando este Tiempo.

Las Lecturas de la Palabra de Dios de este domingo son muy ricas en contenido y, al mismo tiempo, resumen, en pocas ideas, el Acontecimiento que celebramos.

La primera lectura nos presenta a la Sabiduría de Dios, que se identifica, en el Nuevo Testamento, con el Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre.

En el Evangelio, S. Juan, como un águila, se adentra en el Misterio mismo de Dios, y nos describe al Verbo de Dios, a la Palabra Eterna del Padre, como si la estuviera viendo: “La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. “En la Palabra había vida”, etc.

Y luego resume el Misterio asombroso de la Navidad, diciendo: “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo Único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

¡El Hijo de Dios se hizo hombre y hemos contemplado su gloria!

¡Dichosos nosotros si podemos salir de estas fiestas, cuando terminen, diciendo: “¡Hemos contemplado su gloria!”

¿Y con qué finalidad? Es decir, ¿por qué, y para qué se hace hombre el Hijo de Dios?

Es San Pablo el que, en la segunda lectura, nos resume el objetivo de la Navidad: “Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados…” "Él nos ha destinado en la persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos”.

¿Comprendemos todo lo que esto significa?

Ya los Santos Padres resumían todo el Misterio de la Navidad, diciendo: “El Hijo de Dios se hizo hombre para hacer al hombre hijo de Dios”.

Y no podemos caer en la tentación de pensar: “Eso es lo de siempre, lo que aprendimos de pequeños…”

Ya S. Ignacio nos advierte: “No el mucho saber es lo que harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas interiormente”.

¡Pues de eso se trata en este domingo segundo!

Por último, en un contraste lleno de paradojas y de ironía, el evangelista nos presenta la respuesta del hombre de todos los tiempos, al Misterio de la Navidad: “La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. “El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su Nombre…”

¿Con cuál de estos cuatro grupos nos identificamos?

El salmo responsorial lo sintetiza todo, cuando nos invita a decir: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. ¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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