La voz del Consiliario: Ecos del Día del Señor (IV Domingo de Adviento)


Durante el Tiempo de Adviento, que va a terminar, diversos personajes han surgido en medio de nuestras celebraciones, para guiar nuestra preparación para la Navidad. En primer lugar, los profetas, especialmente, Isaías, que nos han anunciado los tiempos del Mesías, S. Juan Bautista, que nos ha señalado la conversión y las buenas obras como camino de preparación para la Navidad y la Virgen María, que es como “el Icono del Adviento”. En Ella, descubrimos la forma concreta de prepararnos, de modo que el Señor Jesús pueda venir a cada uno de nosotros, a nuestro corazón y a nuestra vida. Lo contemplábamos en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

En el cuarto Domingo, vuelve a surgir, en medio de nuestra celebración, la figura entrañable, luminosa y ejemplar, de la Virgen Madre.

Con qué delicadeza y claridad nos presenta el evangelista S. Mateo la fe de la Iglesia en el misterio inefable de la Maternidad de María.

Nos dice el evangelista que la Virgen María va a tener un Hijo, pero que aún no convivía con José, su esposo. Será, por tanto, sin concurso de varón, por obra del Espíritu Santo. San José decide “repudiarla en secreto”, en lugar de denunciarla como adúltera, y que la apedrearan. En sueños, un ángel le descubre “el misterio”, y él la lleva a su casa.

Pero la realidad de la virginidad de María no significa desprecio o menosprecio de la sexualidad y de la maternidad humana. Dios no actúa así. Lo que nos enseña es que aquel Niño que viene, no es un niño como los demás; es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Nos enseña, además, que la salvación que Él nos trae, viene toda de Dios. El hombre no puede salvarse a sí mismo. La salvación no viene de la capacidad y del poder humano sino de Dios. Incluso, el parto en Belén, será distinto, será un parto virginal. El Hijo de Dios ha querido llegar así hasta nosotros. Y Dios no hace milagros sin necesidad.

Lo impresionante es pensar hasta qué punto la Virgen se fía de Dios. ¡Si podían haberla apedreado…! También José confía en Dios en “la noche de la fe”. Él va a hacer “las veces de padre” de un niño que no procede de él. Su esposa ha sido elegida por Dios para el misterio de la Encarnación y, en ese misterio, Dios le ha colocado también a él.

La Virgen, llevando en su seno al Hijo de Dios, es “la señal” de la presencia y de la acción de Dios en el mundo, de la que nos habla la primera lectura de hoy. Ella es la respuesta de Dios al hombre, que esperaba un Salvador; ella, la señal luminosa y

espléndida, del cumplimiento de las promesas del Señor al pueblo de Israel; En ella convergen los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los pueblos de la tierra, que, de un modo u otro, andan buscando también “un mesías”, “un salvador”.

¡Dichosos nosotros si acertamos a cogernos de la mano de la Virgen María a la hora de iniciar el camino de la Navidad!

“¡Va a entrar el Señor. Él es el Rey de la Gloria!”, repetimos este domingo en el salmo responsorial. ¡Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro, para abrirle las puertas de su corazón y de su vida!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!

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