ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 21º del T. Ordinario C


Tal vez nos habremos hecho alguna vez la misma pregunta que le hacen hoy a Jesús, camino de Jerusalén: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Sí. Al final, a la hora de la verdad, ¿cómo terminará todo?

Se trata de la salvación final: Entrar en el Cielo para siempre, o no.

Ya sabemos que la salvación que Cristo nos obtuvo en la Cruz, llega a nosotros en el Bautismo. Y ahí comienza la tarea, la lucha, la aventura maravillosa de nuestra salvación, que se anuncia cada día, de Oriente a Occidente, como Buena Noticia. Precisamente, este domingo ¡se subraya el carácter universal de la salvación!

Hoy la mayoría de los cristianos no harían esa pregunta, porque, o no creen que exista “algo después de la muerte” o, en caso de que existiera, irían todos al Cielo.

Jesús no contesta directamente a la pregunta, como es lógico, no nos da una cifra; nos dice, sencillamente, que “muchos intentarán entrar y no podrán”. Y que hay que esforzarse por “entrar por la puerta estrecha”. S. Mateo es más explícito (Mt 7, 13-14).

Jesús advierte a aquellos que le escuchan, que van a quedar fuera y no valdrá entonces recurrir a que han comido juntos y que Él ha enseñado en sus plazas, porque les replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.

No basta, por tanto, con ser “hijos de Abrahán”, si no vivimos como Abrahán. Hace falta escuchar la Palabra de Jesucristo y cumplirla, porque se reconoce en Él al Mesías, al Hijo de Dios vivo.

Y entonces comenzará la condenación eterna para todos ellos. Y verán a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y que ellos han quedado fuera. “Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.

Y si eso terminara así, ¿de qué les ha servido todo?

Los santos, es decir, aquellos que han comprendido y vivido mejor estas cosas, han sacado de esta doctrina dos consecuencias fundamentales: Trabajar por la propia salvación con temor y temblor (Fil 2, 12), y luchar y esforzarse por la salvación de los demás, comenzando por los de casa, hasta los confines de la tierra, porque el mensaje de la salvación tiene que llegar a todos, como se nos indica en el salmo responsorial: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.

Podemos recordar la reacción de los niños videntes de Fátima, cuando la Virgen les enseñó el Infierno. ¡Cómo se preocupaban, cómo se esforzaban por evitar que los pecadores fueran allí!

Un misionero tan grande como S. Antonio María Claret, nos cuenta en su Autobiografía, que, siendo muy pequeño y de poco dormir, se pasaba algún tiempo durante la noche, pensando en el Infierno y, a partir de ahí, se fue fraguando su vocación misionera.

La Iglesia ora en la Plegaria Eucarística primera diciendo: “Líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.

Hemos de recordar aquella sentencia cristiana que dice: “Acuérdate de tus Novísimos, y no pecarás”. Recordemos que los Novísimos son Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.

Se trata, en definitiva, de anunciar el mensaje del Señor, pero su “mensaje completo” (2Tim 4, 17). ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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