ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo de Pentecostés

¡Por fin, hemos llegado a día de Pentecostés! Cuántas gracias debemos dar al Señor que nos concedido celebrar, un año más, estos cincuenta días de alegría y de fiesta, que constituyen el Tiempo de Pascua, y que culminan en esta gran solemnidad.

Hay una pregunta en el antiguo Catecismo que dice: ¿Qué celebramos el Domingo de Pentecostés? Y contesta: “Que Jesucristo ha enviado sobre los apóstoles el Espíritu Santo y que continúa enviándolo sobre nosotros”.

¡Qué importante es todo esto! Porque no se trata sólo de un acontecimiento del pasado, que de, algún modo, se hace presente en la Liturgia de la Iglesia, sino que, además, se trata de un acontecimiento, que se está realizando todos los días en la vida del pueblo de Dios: Jesucristo sigue enviando el Espíritu Santo sobre nosotros, sobre cada uno de nosotros, especialmente, en el Sacramento de la Confirmación, que es como “nuestro pentecostés”.

Y es lógico que comencemos preguntándonos: ¿Y quién es el Espíritu Santo? Y nos responde el Credo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. ¡Impresionante!

La primera lectura de hoy nos presenta la Venida del Espíritu del Señor sobre los apóstoles. ¡Qué hermoso y espectacular resulta todo! ¡Cómo los transforma y los capacita para la Misión!

Pero los apóstoles no sólo recibieron el Santo Espíritu, sino también la misión de darlo a todos los cristianos. ¡Y cuánto interés mostraban en que lo recibieran todos! El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta algunas ocasiones, en que esto sucede.

La segunda lectura nos recuerda que, sin el Espíritu Santo, no podemos hacer ni decir nada, ni siquiera lo más elemental: Que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios.

Y en realidad, ¿qué es un ser humano sin espíritu? Un muerto, un cadáver. Y decimos expiró, es decir, exhaló el espíritu. ¡Sin espíritu, por tanto, no hay vida, no hay nada! Pues eso sucede al que no recibe el Espíritu Santo; que es un cadáver en el ser y hacer cristianos. Por eso, en el Sacramento del Bautismo se recibe ya, de un modo inicial, el Espíritu del Señor, que se recibe, en plenitud, en la Confirmación.

El Evangelio de hoy nos presenta cómo Jesús, el mismo día de la Resurrección, al atardecer, infunde en los apóstoles el Espíritu Santo. ¡Jesús Resucitado se convierte en Dador del Espíritu, que es el Don, el fruto, más importante de la Pascua. Lástima que tantos cristianos estén como aquellos de Éfeso, que no sabían siquiera que había un Espíritu Santo; pero tuvieron la dicha de que Pablo se lo explicara y lo hiciera bajar sobre ellos (Hch 19, 1-7).

Uno de los síntomas del desconcierto actual en la vida cristiana, es la cantidad de jóvenes y adultos, que dejan de confirmarse. ¡Y les parece que no tiene importancia, que no pasa nada! Pero el asunto, como decimos es grave, porque, además, se trata de uno de los tres sacramentos de Iniciación Cristiana, es decir de los hacen, construyen, un cristiano; por eso, el que no se confirma no puede sentirse cristiano del todo; es como una casa a medio hacer. Ya decía San Pablo: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo” (Rom 8, 9).

¡Qué importante es, por tanto, que contemos con el Espíritu Santo! ¡Que lo invoquemos y acojamos con frecuencia, en nuestro acontecer cristiano.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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