ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 6º del T. Ordinario C

Hasta llegar a la Cuaresma que se acerca, se nos presenta en estos tres últimos domingos, lo que se conoce como “el Sermón de la Llanura” de San Lucas, que está en relación con el Sermón de la Montaña de San Mateo.

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesucristo bajando de un monte con los Doce, a los que acaba de elegir apóstoles, y se para en una llanura, donde se encontraba un grupo grande de discípulos y de gente proveniente de distintos lugares. Y mirando hacia éstos, decía: Bienaventurados los pobres, los que ahora tenéis hambre, los que ahora lloráis, los perseguidos por causa del Hijo del Hombre. Luego comienza a decir: ¡Ay de vosotros los ricos, los que estáis saciados, los que ahora reís, de los que todos hablan bien!

Lo primero que aprendemos aquí es que el Señor Jesucristo nos quiere bienaventurados, es decir, dichosos, felices, aunque sus caminos pueden parecernos, a primera vista, un tanto extraños. Es el tema de la primera lectura, que en el Evangelio llega a su plenitud.

Nos dice el Señor, en aquella lectura, que se trata de dos tipos, dos estilos de vida: La del pone su confianza en Dios y la del que pone sus confianza en los hombres, “apartando su corazón del Señor”.

Y el salmo responsorial es la síntesis de todo: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.

Por poco que reflexionemos, nos daremos cuenta qué actual es el mensaje de este domingo:

Hay mucha gente, muchos cristianos, que en la vida de cada día, incluso en las circunstancias más difíciles, tienen su confianza en el Señor y dicen con S. Pablo: “Bien sé de quién me he fiado” ( 2 Tim 1, 12). ¡Muchas veces parecen cimentados en una roca inconmovible!

Pero lo más que abunda, diríamos lo propio de nuestra época, es vivir alejado de Dios y de la Iglesia. Abunda en nuestros ambientes “el rico de espíritu”, es decir aquel que piensa que no necesita nada de Dios. Considera que todo puede conseguirlo con sus medios, con sus fuerzas. Por eso, a la hora de formar una familia para qué va a acudir a la Iglesia si piensa que no lo necesita, es más, desconoce por completo lo que la Iglesia, en nombre de Cristo, puede ofrecerle, fundamentalmente, un sacramento, que es capaz de garantizar su vida de familia.

El rico de espíritu se manifiesta también en la educación de los hijos. Muchos padres piensan que ellos mismos son capaces de hacerlo sin necesidad de Dios ni de la Iglesia. Consideran que ellos, por sí mismos, son capaces de ofrecerles todo lo que necesitan, porque se contentan con el niño, el adolescente o el joven sea bueno, saque la carrera, etc. Y ya son muchos, los que no asisten a la catequesis, los que no reciben los sacramentos o los reciben a su manera. Son muchísimos los que no se confirman. La clase de Religión la aprovechan o no, a veces, dependiendo del gusto de cada uno.

Y así podríamos continuar con un largo etc., pero no tenemos espacio para más. Sólo queda proyectar sobre estas realidades el faro luminoso de las lecturas de este domingo que venimos comentando.

Yo suelo decir que de este estilo de vida, que tanto abunda, no se puede esperar nada bueno. Si algo nos enseña la historia desde el principio, es que el hombre y la mujer no han sido nunca grandes y felices en contra de Dios o al margen de Dios.

La Virgen decía en su célebre canto: “A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos”. Se trata, como es lógico, de los “ricos de corazón”.

Si, ¡el vacío del corazón y de la existencia es el signo de nuestra época, y que se expresa cada día de tantas formas!

Y esa dicha, esa bienaventuranza a la que nos llama el Señor, tiene su punto culminante en lo que nos enseña San Pablo en la segunda lectura: La resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Para el apóstol la Resurrección de Cristo y la del cristiano son dos realidades inseparables.

¡Demos gracias a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1 Co 15, 57).

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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