Podríamos decir que, el de hoy, es el Evangelio de la Virgen y de las bodas.
La intención mariana del texto es evidente. En un primer momento, María, la Virgen, ocupa el centro de la escena: “En aquel tiempo había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda”.
Me parece que es probable que aquellos novios fueran familiares, o muy allegados de María. Da la impresión de que estaba al tanto de todo lo que sucedía y, por eso, se dio cuenta enseguida, de que les faltaba vino. Y ¿cómo se podía resolver ahora aquella dificultad tan grave? ¿Y dónde conseguir vino en aquel momento?
María tiene conocimiento del “misterio de Jesús”: de su poder y de su bondad. Sólo ella conoce “el secreto”. Y lo pone todo en sus manos: “No les queda vino…” “Haced lo que Él os diga…”.
El relato concluye con una síntesis preciosa del evangelista que dice: “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en Él”.
Es, por tanto, una gran manifestación Jesucristo la que se produce en Caná. Por eso, este acontecimiento forma parte de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, como decíamos el otro día.
Además, es éste un texto importante a la hora de reflexionar sobre la Virgen, especialmente, sobre su función intercesora. ¡No podemos olvidar nunca que el primer milagro que realiza Jesús, cuando “aún no había llegado su hora”, se debe a la mediación de su Madre, la Virgen María!
Y decíamos también que es el Evangelio de las bodas, por la frecuencia con que se usa este texto en dichas celebraciones, y por la misma realidad que encierra.
La Liturgia del Matrimonio dice que Jesús “santificó con su presencia las bodas de Caná”. Y, cuando hablamos con los novios, solemos decirles que casarse por la Iglesia es algo así como “invitar a Jesucristo” a su boda, como hicieron aquellos novios. Les hablamos, incluso, de la necesidad y de la importancia de tomar conciencia de que la presencia y la acción de Cristo en el matrimonio cristiano, viene garantizada por un sacramento. Y, por tanto, no tienen que envidiar a los novios del Evangelio. ¡Sólo es necesario avivar nuestra fe! En efecto, un momento antes, del consentimiento matrimonial, el sacerdote o el diácono, que asiste a la boda, dice a los novios: “Cristo bendice copiosamente vuestro amor conyugal, y Él, que os consagró un día con el santo Bautismo, os enriquece hoy y os da fuerza con un Sacramento peculiar, para que os guardéis mutua y perpetua fidelidad y podáis cumplir las demás obligaciones del Matrimonio”.
La intención mariana del texto es evidente. En un primer momento, María, la Virgen, ocupa el centro de la escena: “En aquel tiempo había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda”.
Me parece que es probable que aquellos novios fueran familiares, o muy allegados de María. Da la impresión de que estaba al tanto de todo lo que sucedía y, por eso, se dio cuenta enseguida, de que les faltaba vino. Y ¿cómo se podía resolver ahora aquella dificultad tan grave? ¿Y dónde conseguir vino en aquel momento?
María tiene conocimiento del “misterio de Jesús”: de su poder y de su bondad. Sólo ella conoce “el secreto”. Y lo pone todo en sus manos: “No les queda vino…” “Haced lo que Él os diga…”.
El relato concluye con una síntesis preciosa del evangelista que dice: “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en Él”.
Es, por tanto, una gran manifestación Jesucristo la que se produce en Caná. Por eso, este acontecimiento forma parte de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, como decíamos el otro día.
Además, es éste un texto importante a la hora de reflexionar sobre la Virgen, especialmente, sobre su función intercesora. ¡No podemos olvidar nunca que el primer milagro que realiza Jesús, cuando “aún no había llegado su hora”, se debe a la mediación de su Madre, la Virgen María!
Y decíamos también que es el Evangelio de las bodas, por la frecuencia con que se usa este texto en dichas celebraciones, y por la misma realidad que encierra.
La Liturgia del Matrimonio dice que Jesús “santificó con su presencia las bodas de Caná”. Y, cuando hablamos con los novios, solemos decirles que casarse por la Iglesia es algo así como “invitar a Jesucristo” a su boda, como hicieron aquellos novios. Les hablamos, incluso, de la necesidad y de la importancia de tomar conciencia de que la presencia y la acción de Cristo en el matrimonio cristiano, viene garantizada por un sacramento. Y, por tanto, no tienen que envidiar a los novios del Evangelio. ¡Sólo es necesario avivar nuestra fe! En efecto, un momento antes, del consentimiento matrimonial, el sacerdote o el diácono, que asiste a la boda, dice a los novios: “Cristo bendice copiosamente vuestro amor conyugal, y Él, que os consagró un día con el santo Bautismo, os enriquece hoy y os da fuerza con un Sacramento peculiar, para que os guardéis mutua y perpetua fidelidad y podáis cumplir las demás obligaciones del Matrimonio”.
¡El ritual, por tanto, emplea tres palabras: bendice, enriquece, da fuerza! ¿Qué más se puede pedir? Lo que sucede es que la doctrina impresionante que se expresa aquí, es desconocida por la mayor parte de la gente, y, especialmente, por los novios que piden o no piden casarse por la Iglesia.
Por tanto, en medio de una boda, ocasión de alegría, de ilusiones y esperanzas, realiza Jesús su primer milagro. Él es el novio (Mt 9,15); que viene a desposarse con la humanidad y así, a elevar al hombre a una relación esponsal con Dios. En Él se cumple lo que anunciaba el profeta en la primera lectura: “Como un joven se casa con su novia así te desposa el que te construyó…”
La abundancia del vino de la boda y su misma excelencia prefigura los dones mesiánicos, que Cristo trae al mundo.
Y de dones para la edificación de la comunidad cristiana, trata hoy la segunda lectura.
Ojalá que este acontecimiento, que nos presenta el Evangelio de hoy, haga que también nosotros, como los discípulos, contemplemos la gloria de Cristo y crezca nuestra fe en Él.
¡Es una buena forma de comenzar el Tiempo Ordinario! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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