ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 4º de Adviento C

¡Estamos a las puertas de la Navidad!

Por el camino del Adviento, hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: Los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especialmente, en su Concepción Inmaculada.

El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Maternidad Divina de María.

¡Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen María, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que celebramos!

El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.

¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”, dice un himno de Corpus.

¡En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación!

¡Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… de todos los pueblos, de todos los tiempos. ¡Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel!”, del Dios con nosotros. ¡Porque, por medio de ella, Dios mismo ha acampado entre nosotros!

¡Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador!

En la Montaña, su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador del mundo, diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”

El Espíritu Santo es la clave para entender la sabiduría y las actitudes admirables de Isabel y la santificación de Juan Bautista en su seno.

¡Y ella, la Mujer sencilla de Nazaret, es también “la Madre del Mesías!” Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”

Isabel representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.”

¡Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad! Ella, en efecto, proclama en la Montaña , como decía antes, la grandeza de su prima, la Virgen Madre.

Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”.

Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! ¡Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!

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