“¿Entonces, qué hacemos?”
Esta pregunta que le hace la gente a Juan el Bautista, nos puede servir hoy a nosotros, en este tiempo de preparación para la Navidad.
El domingo pasado contemplábamos a Juan Bautista, que nos invitaba a preparar los caminos del Señor, porque Jesucristo viene a salvar a su pueblo, a cada uno de nosotros.
Aquello era muy interesante, pero no concretaba mucho lo que nosotros teníamos que hacer. La celebración de la Concepción Inmaculada de la Virgen, nos ayudaba a concretar un poco más. Contemplábamos cómo preparó el Señor a la Virgen Madre, para hacerla una digna morada de su Hijo. Y proclamábamos: ¡Exenta de pecado y llena de gracia! Pues así, decíamos, tenemos que prepararnos nosotros para la Navidad.
Pero el Evangelio de hoy lo precisa todavía más, porque la gente va a Juan y le pregunta, más en concreto: “¿Entonces, qué hacemos?” Y los publicanos y los militares, lo mismo.
A la gente le pide que comparta su ropa y su comida; y a los publicanos y a los militares, el recto ejercicio de su deber, sin aprovecharse de los demás.
Me parece que es fácil traducirlo a nuestra propia vida, a nuestra propia situación. En el contexto del Adviento de este año, ¿qué tengo yo que hacer? ¿Qué tengo que cambiar, qué tengo que mejorar en mi vida? ¿Que recuerdo, que huella, dejará en mí el Adviento-Navidad de este año?
Y el evangelista termina diciendo: “Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia”.
Esta pregunta que le hace la gente a Juan el Bautista, nos puede servir hoy a nosotros, en este tiempo de preparación para la Navidad.
El domingo pasado contemplábamos a Juan Bautista, que nos invitaba a preparar los caminos del Señor, porque Jesucristo viene a salvar a su pueblo, a cada uno de nosotros.
Aquello era muy interesante, pero no concretaba mucho lo que nosotros teníamos que hacer. La celebración de la Concepción Inmaculada de la Virgen, nos ayudaba a concretar un poco más. Contemplábamos cómo preparó el Señor a la Virgen Madre, para hacerla una digna morada de su Hijo. Y proclamábamos: ¡Exenta de pecado y llena de gracia! Pues así, decíamos, tenemos que prepararnos nosotros para la Navidad.
Pero el Evangelio de hoy lo precisa todavía más, porque la gente va a Juan y le pregunta, más en concreto: “¿Entonces, qué hacemos?” Y los publicanos y los militares, lo mismo.
A la gente le pide que comparta su ropa y su comida; y a los publicanos y a los militares, el recto ejercicio de su deber, sin aprovecharse de los demás.
Me parece que es fácil traducirlo a nuestra propia vida, a nuestra propia situación. En el contexto del Adviento de este año, ¿qué tengo yo que hacer? ¿Qué tengo que cambiar, qué tengo que mejorar en mi vida? ¿Que recuerdo, que huella, dejará en mí el Adviento-Navidad de este año?
Y el evangelista termina diciendo: “Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia”.
¡Hoy es la Iglesia la que hace este gran anuncio, la que proclama al mundo entero la Buena Noticia de la Navidad! Y cada uno de nosotros, miembros de la Iglesia, no podemos olvidar esta misión. ¡Urge, por todas partes, un testimonio claro, fuerte, valiente…, de la alegría del Evangelio, de la “razón de nuestra esperanza”, de la verdadera alegría de la Navidad.
La situación de tristeza, agobio, desesperanza…, en que vive hoy tanta gente, constituye también una de las periferias existenciales a las que tenemos que llegar con urgencia, según nos indica nuestro Plan Diocesano de Pastoral.
Es la alegría de este domingo, que, desde antiguo, se llama “Gaudete”, que significa “alegraos”. Es el mensaje de la segunda lectura: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. “El Señor está cerca”. El apóstol se refiere aquí, de un modo directo, a la Venida Gloriosa de Cristo. Y, en este contexto, acogemos hoy la alegría de la Navidad que se acerca.
En la oración de la Misa de este domingo, le decimos al Señor: “Concédenos llegar a la alegría de tan gran acontecimiento de salvación y celebrarlo siempre con fidelidad y júbilo desbordante”.
¡Es, por tanto, la alegría de la salvación que llega! Ésta es magnífica: Liberación del pecado, del mal y de la muerte, y sobreabundancia de bienes, hasta hacernos hijos de Dios.
Es lógico que se nos invite a la alegría, a la máxima alegría, al júbilo desbordante, como dice la oración de la Misa. ¡Es algo así como si nos tocara la lotería de Navidad! ¡Es mucho más que eso!
¡A veces, es precisamente, la alegría la que se nos hace difícil!
Esta es la misma salvación que ya anunciaba el profeta Sofonías en la primera lectura: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”.
Por todo ello, proclamamos en el salmo de este domingo: “Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel”. ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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