ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 27º del T. Ordinario B

La cuestión del divorcio no es nueva. En el país de Jesús también se discutía sobre el divorcio. Y también había una especie de “ley de divorcio”, el “Acta de repudio”. Es lo que contemplamos en el Evangelio de este domingo, en el que unos fariseos, con mala intención, van a pedirle al Señor su opinión sobre este tema: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”

La respuesta del Señor es admirable. Va a la raíz de la cuestión planteada: El matrimonio no es un invento humano, que se deja a la libre voluntad de cada uno. Dios es el Creador del matrimonio, y lo dotó de propiedades y normas propias, de acuerdo con su naturaleza.

¿Y quién entiende más de una cosa que el que la hizo? Cuando manejamos, por ejemplo, un electrodoméstico cualquiera, tenemos que adaptarnos a las normas del que lo fabricó, porque, de lo contrario, se quema o se estropea enseguida. Igual sucede con el matrimonio.

Y además, si se unen el hombre y la mujer para formar “una sola carne” ¿quién podrá separar lo que es una sola carne, una sola cosa? Por eso, cuando en la casa los discípulos vuelven a preguntarle sobre lo mismo, Jesucristo les dice que el que se divorcia comete adulterio, tanto si lo hace el hombre como la mujer.

¡Así es el matrimonio cuando sale de las manos de Dios! ¡Y la Liturgia de hoy nos aproxima a esa realidad maravillosa!

A pesar de todo, modernamente las leyes civiles han introducido el divorcio, como la solución a la problemática de la pareja que no marcha bien. ¡Cuántas reflexiones podríamos hacer sobre ello!

Pero más que discutir de normas y leyes, el cristiano busca en la Palabra de Dios y en la Doctrina de la Iglesia, la verdadera respuesta. Y es ésta: “La Iglesia, acogiendo y meditando fielmente la Palabra de Dios, ha enseñado solemnemente y enseña que el matrimonio de los bautizados es uno de los siete sacramentos de la Nueva Alianza” (Fam. C., 13). Es decir, signo e instrumento eficaz de la acción de Dios en los esposos. ¡Y esta es la Buena Noticia que la Iglesia, de Oriente a Occidente, anuncia cada día en el mundo!

Pero los sacramentos, para ser provechosos, necesitan una adecuada preparación, celebración y vivencia. ¡Cuánto tendríamos que decir sobre esto!

Y continúa el Evangelio hablando de la acogida que hace Jesucristo a los niños que le acercaban para que los tocara. Y decía: “De los que son como ellos es el Reino de Dios”. Y también: “Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.

Me parece que, para comprender mejor las enseñanzas de Cristo sobre el matrimonio, necesitaríamos volver a ser niños y abrir nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón a su Palabra.

¡Cuántas gracias hemos de darle al Señor por el don del matrimonio, y porque hace posible que tantos matrimonios vivan felices!

Pero, en una ocasión como ésta, no podemos olvidar que son también muchos los que, a pesar de todo, no han conseguido, en su matrimonio, el bienestar que soñaron siempre. La Iglesia, a la que llamó el Papa San Juan XXIII “Madre y Maestra”, al exponer su doctrina, no mira con dureza e insensibilidad a los que han tenido que optar por otro camino (Fam. C. 84).

Termino haciendo alusión al salmo 127, que usamos hoy de salmo responsorial y que canta el bienestar familiar del que teme al Señor y sigue sus caminos. Y decimos: “Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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