ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 23º del T. Ordinario B

¡Ser sordo, ser mudo o ser ciego es algo terrible!

El Evangelio de hoy nos presenta la curación de un sordomudo: “Un sordo que, además, apenas podía hablar”.

En la primera lectura, el profeta anuncia los tiempos del Mesías diciendo: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, entonces saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará…” Y algo de eso es lo que contemplamos en el Evangelio de hoy. San Marcos se detiene a contarnos cómo cura el Señor a un sordomudo.

Era lógico que la gente, que estaba entusiasmada ante los signos del Señor, dijera: “¡Todo lo ha hecho bien: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos!”. ¡Qué hermoso!

Pero hay muchas clases de sordera. Ésta no es sólo física. Así le decimos a un chiquillo, que no nos hace caso: “¡Anda, sordo. Haz lo que te dije!”

¡También hay una sordera espiritual! ¿No será ésta la peor de todas las sorderas?

Somos sordos o nos hacemos el sordo muchas veces a la hora de relacionarnos con Dios.

Y si somos “sordos” para escuchar a Dios, seremos también “mudos” para hablar de Él. A veces, una madre lleva a su niño al médico porque, a su tiempo, no ha comenzado a hablar. El médico examina al niño, y le dice a la madre: “El niño no es mudo, sino sordo. Al no poder oír, no puede aprender a hablar. Veremos qué se puede hacer”.

Si ahora, que comienza el curso, vamos por las parroquias, nos daremos cuenta de la cantidad de “sordos” que hay. Se expone a la comunidad la necesidad que existe de voluntarios para la catequesis y para las demás actividades parroquiales. Y, por lo menos, en algunos lugares, qué pocos se comprometen. ¡Y qué fácil es encontrar excusas!

Si todos los cristianos, lo fuéramos de verdad, nos comprometeríamos voluntaria y

espontáneamente, como hacen muchos, y ya no estaríamos necesitados de mucho más.

El Señor no nos da el Espíritu con medida (Jn 3, 34), sino sobreabundantemente, y no

quiere que su Iglesia carezca de ningún don; pero, si no compartimos los dones, que hemos recibido de Dios para nuestro servicio a la comunidad, ésta no puede marchar bien, hará falta de todo.

Es, por tanto, urgente hacernos “una audiometría” para ver qué tal están nuestros oídos en la vida espiritual, en nuestra relación con Dios y con los hermanos.

No podemos olvidar que el mismo Jesús que curó al sordomudo, nos puede curar también a nosotros de toda sordera.

Esta reflexión sobre la urgencia y la necesidad del compromiso cristiano, especial-mente, al comienzo de curso, no puede oscurecer la realidad de tantas personas, jóvenes y mayores, que trabajan en nuestras comunidades, en la triple misión de la Iglesia: Evangelización, culto y caridad.

Así, la organización eclesial de Cáritas se ha convertido en un referente en todo el país en este tiempo de crisis.

¡Demos gracias a Dios que a todos nos llama para trabajar en su viña!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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