ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Natividad de San Juan Bautista

Un nacimiento es siempre motivo de alegría, pero hay circunstancias que lo hacen, especialmente, alegre.

Hoy celebramos con gozo el nacimiento de Juan el Bautista, el Profeta y más que Profeta, que dirá el Señor (Mt 11, 9).

Normalmente, no se celebra el nacimiento de los santos, sino el día de su muerte, que es su nacimiento para el Cielo. Sólo celebramos el Nacimiento del Señor y de la Virgen. El nacimiento de San Juan lo celebramos por la importancia de su persona y de su misión.

Y este hecho se vio rodeado de unas circunstancias tales, que hizo decir a la gente: “¿Que será de este niño? Porque la mano del Señor estaba con él”.

A primera vista, puede extrañarnos la insistencia en ponerle el nombre Juan, que contemplamos en el Evangelio de hoy. Y es que, en Israel, los nombres tenían mucha importancia. Incluso, a veces, señalaban la misión de la persona.

Juan significa “Dios es misericordioso” o también “Dios hace gracia o favor”. De esta forma, Juan significa don de Dios, favor de Dios, misericordia de Dios.

Y con el nacimiento de San Juan, Dios hace misericordia, aquella familia, la de Zacarías e Isabel, que no podían tener hijos; al pueblo de Israel, que esperaba ardientemente al Mesías, y a la humanidad entera, necesitada siempre de un Salvador.

Y, como todo ser humano, Juan nace con una vocación. Y la vocación del Bautista consiste en preparar al Señor un pueblo bien dispuesto para su Venida, y señalarle presente entre los hombres.

¡Y qué bien cumplió el Bautista su misión!

Y en él descubre, cada cristiano y la Iglesia entera, su propia vocación y misión: Señalar a todos a Cristo como el Cordero de Dios, el único Salvador, el Mesías de nuestra esperanza, y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto para su Segunda Venida.

En este día, por tanto, todos podamos gozarnos de la salvación de Dios, que, comenzada en la tierra, llega a su plenitud en los Cielos. No en vano, en la oración colecta, le pedimos al Señor que conceda a su pueblo el don de la alegría espiritual, y dirija el corazón de todos los fieles por el camino de la salvación y de la paz.

Por lo demás, la fiesta de San Juan está rodeada de ritos, tradiciones y costumbres ancestrales, algunas de origen pagano, y se celebra como una fiesta en torno a la luz, pues nos encontramos en el solsticio de verano, en el que las noches comienzan a crecer y los días a disminuir. Y esto se relaciona con aquellas palabras de Juan: “Es preciso que Él crezca y que yo mengüe” (Jn 3,30). Y éste debe ser el ideal de todo cristiano, especialmente, de los que más se dedican a la Misión, al apostolado.

Esta gran solemnidad, además, es anuncio y profecía de la Navidad, que se celebra en el solsticio de invierno, en que celebramos el Nacimiento del Señor, como Sol que brilla en lo alto.

Cómo recordamos aquí las exhortaciones de S. Pablo a ser y a vivir como hijos de la luz, e hijos del día, “porque no lo sois de la noche ni de las tinieblas” (1Tes 5,5).

¡Que todos puedan celebrar con mucha alegría esta fiesta!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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