“Descubrir a Cristo nuevamente y cada vez mejor, es la aventura más maravillosa de nuestra vida”, escribía San Juan Pablo II a los jóvenes de la IV Jornada Mundial de la Juventud, que se celebró en Santiago de Compostela en 1989. Es lo que se experimenta cuando uno se encuentra por primera vez con el Señor, o cuando conoce o acompaña a alguien que lo acaba de encontrar.
La verdad es que, entonces, todo cambia de sentido; los valores que uno tenía se trastocan, se contempla todo con una luz nueva, la vida misma cambia de rumbo.
Pero ¿cuántos han tenido ese tipo de encuentro con Jesucristo? Muchos, ciertamente. Pero también es posible ser cristiano, incluso medianamente practicante, y no haber tenido nunca un verdadero encuentro con el Señor. Por eso es tan importante la Liturgia de hoy. Veamos:
El pasado domingo, salíamos de la Navidad, fijando nuestros ojos en Jesucristo, que, con su Bautismo, comenzaba su Vida Pública. A lo largo de esta semana, hemos venido escuchando sus primeras palabras, contemplando la elección de sus primeros discípulos, sus primeros milagros, sus primeros gestos…
Al llegar a este domingo, nos encontramos de nuevo con Juan, el Bautista, que está con dos de sus discípulos. Él es muy consciente de la misión que Dios le ha encomendado: preparar al Señor un pueblo bien dispuesto, y señalarle presente entre los hombres, de modo que todos pudieran conocerle y seguirle.
La verdad es que, entonces, todo cambia de sentido; los valores que uno tenía se trastocan, se contempla todo con una luz nueva, la vida misma cambia de rumbo.
Pero ¿cuántos han tenido ese tipo de encuentro con Jesucristo? Muchos, ciertamente. Pero también es posible ser cristiano, incluso medianamente practicante, y no haber tenido nunca un verdadero encuentro con el Señor. Por eso es tan importante la Liturgia de hoy. Veamos:
El pasado domingo, salíamos de la Navidad, fijando nuestros ojos en Jesucristo, que, con su Bautismo, comenzaba su Vida Pública. A lo largo de esta semana, hemos venido escuchando sus primeras palabras, contemplando la elección de sus primeros discípulos, sus primeros milagros, sus primeros gestos…
Al llegar a este domingo, nos encontramos de nuevo con Juan, el Bautista, que está con dos de sus discípulos. Él es muy consciente de la misión que Dios le ha encomendado: preparar al Señor un pueblo bien dispuesto, y señalarle presente entre los hombres, de modo que todos pudieran conocerle y seguirle.
En el Evangelio de hoy contemplamos cómo presenta a Jesucristo a dos de sus discípulos. Y, de aquella presentación, surge en ellos el deseo de conocerle: “Rabí, ¿dónde vives?” Y Jesús les invita a su casa: “Venid y lo veréis”. Y se pasan aquel día con Él.
No ha trascendido nada de lo que vieron o hablaron aquella tarde, pero muy importante tuvo que ser, cuando salen diciendo: “¡Hemos encontrado al Mesías!” Y anotan la hora: “Serían las cuatro de la tarde”.
Es la hora del encuentro, del descubrimiento de Jesucristo, una hora, un lugar, unas personas, unas circunstancias, que no se olvidarán nunca. Que marcan en nuestra existencia un antes y un después.
Y a eso nos invita Cristo este domingo: a un encuentro, o a un reencuentro con Él. Es la única manera de avivar nuestra fe, de avanzar en nuestro seguimiento, de renovar “el amor primero” (Ap 2, 4).
Hoy constatamos la importancia que tienen en nuestra vida las mediaciones humanas, para encontrar al Señor, escuchar su voz, descubrir su voluntad…
Lo contemplamos en Juan, el Bautista, y también en el sacerdote Elí, (1ª lect.) que le dice a Samuel: “Anda, acuéstate; y, si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. De este modo, aquel muchacho puede encontrarse con el Señor y conocer su voluntad. ¡Y será el profeta Samuel! También lo contemplamos en Andrés que encuentra a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús.
Y sucede con frecuencia en nuestra vida que surge algún Juan, algún Elí o algún Andrés, que nos lleva al Señor. Y Él quiere este domingo, que sigamos aquel ejemplo de invitar a los hermanos a su encuentro, a su descubrimiento. Es también algo propio de la Misión Diocesana, en la que nos encontramos en la Iglesia Nivariense.
Llevar a un hermano al descubrimiento de Cristo, es, sin duda, el mayor favor que podemos hacerle, porque Él dice: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”.
De un verdadero encuentro con Jesucristo, es de donde surgen los compromisos más importantes y verdaderos, como sucede con la atención de los emigrantes y refugiados, cuya Jornada Mundial celebramos este domingo.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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