ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 4º de Cuaresma A


En la curación del ciego de nacimiento, que nos presenta el Evangelio de hoy, es Jesús el que toma la iniciativa. Él es el que se acerca a aquel hombre, le unta los ojos y lo manda a lavarse en la piscina de Siloé… ¡Y recobra la vista!

Según el pensamiento de San Juan, si Jesucristo le abre los ojos de aquel ciego, es para manifestar que Él es “la Luz del mundo”. El mismo Jesús dice: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Es éste el “Domingo de la luz”.

La segunda lectura nos dice en qué consiste esa luz: “Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz”.

No podemos olvidar que Jesucristo abre a aquel ciego a la luz dos veces: La primera, cuando cura su ceguera física, y la segunda, cuando le abre los ojos a la fe: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?” “...Creo, Señor. Y se postró ante Él”.

La curación del ciego desata una lucha apasionada entre la luz y las tinieblas, que comprende todo el largo relato del Evangelio de hoy. Aquí se manifiesta el ciego curado con una lucidez y una valentía admirables.

Pero no quiero pasar por alto que aquella ceguera no era castigo del pecado de aquel hombre ni de sus padres, como creían los discípulos, influidos por la mentalidad de la época, “sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Y la obra de Dios es, fundamentalmente, la salvación, “la iluminación” del mundo entero, que realiza Jesús con su Muerte y Resurrección. Es lo que celebramos en el Triduo Pascual, que se acerca.

Y, porque está cerca la Pascua, es éste, desde antiguo, el “Domingo Laetare” el “Domingo de la alegría”, dentro del espíritu austero de la Cuaresma.

La acción maravillosa de aquella curación, la resume el prefacio de la Misa, diciendo: “Que se hizo hombre (Jesucristo) para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el Bautismo, transformándolos en hijos adoptivos”.

Aquí recordamos la importancia y trascendencia del pecado original: ¡Hemos nacido “ciegos!”. Muchos cristianos no le dan importancia a esta verdad de fe, o, incluso, la desprecian; pero si no hay pecado original, no hace falta la Redención; si no hay tinieblas, no hace falta la luz. Y, por el Bautismo, pasamos de las tinieblas del pecado (original y personal, si lo hubiera) a la luz de la gracia, de la vida de Dios, que brota, como de un torrente, de la Pascua. Por eso llamamos al Bautismo el Sacramento de “nuestra iluminación”. Y por eso, decía el Apóstol: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz”. (2ª lect.).

De acuerdo con la Palabra de Dios, tendríamos hoy que preguntarnos muchas cosas: Si reconocemos a Jesucristo como Luz del mundo; si nos interesa el Bautismo que recibimos recién nacidos; si estamos dispuestos a renovarlo, de verdad e intensamente, la Noche Santa de la Pascua; si queremos vivir como hijos de la luz; si queremos ser testigos de la luz con palabras y obras, en todas partes y hasta el fin.

Y ya sabemos que la mejor forma de renovar el Bautismo, es recibir el Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia, que es también “Sacramento de iluminación”, de paz y de alegría.

La conversión que se nos exige este domingo consiste en ser luz, ser más luz, ser, como el ciego curado, testigos de la luz, con palabras y obras.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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