Dos términos que aparecen como sinónimos en el diccionario, al menos
cuando se buscan los sinónimos de anciano, pero que no son exactamente
lo mismo. Viejo y anciano no son exactamente lo mismo. Viejo puede ser
mi coche, mi ropa, mi casa. Pero estas realidades, materiales y que se
usan, nunca podrán ser ancianas. Anciano se reserva para las personas
mayores, y sólo para ellas. Llamar viejo a un anciano puede ser una
manera de cosificarles, de descartarles de algún modo de la dinámica
social, de sacarles del circuito de influencia de la vida.
Incluso se puede decir viejo de un animal que cumple muchos años, de una mascota, pero a esos compañeros de viaje en la vida animada no se nos ocurre decirles ancianos. Un caballo viejo, un viejo perro, un gallo viejo… Los ancianos son sólo y exclusivamente las personas. Por eso, en la medida en que no sólo jugamos la partida del idioma en con el reglamento propio de nuestro castellano, sino que queremos distinguir con claridad quienes son personas y qué son cosas o animales, me gustaría reivindicar la eliminación decidida de cualquier forma de denominar a las personas mayores como «viejos». No lo son, ni lo pueden ser. Porque, aunque nos parezca que no son tan útiles como quienes ocupamos otros niveles cronológicos, que no es cierto en modo alguno, son personas y no cosas.
Cuando un anciano te mire a los ojos y te diga «Yo ya soy viejo», ten claro que ha comenzado a sentir que es más una cosa que una persona. No es viejo, se siente viejo, como un cacharro inútil y que molesta más que sirve. Mucho peor es hacerles sentir «viejo» porque no circula a la misma velocidad que nosotros o porque olvida algún detalle de vez en cuando. Bendita sabiduría africana que reconocer la pérdida de un anciano con el mismo valor que el incendio de una biblioteca. No es oportuno de modo alguno descartar a los ancianos. Una sociedad que descarta a sus mayores, no lo debemos olvidar, deja de tener futuro.
El sábado pasado celebró el movimiento apostólico Vida Ascendente de Tenerife el día de sus patronos. Lo hizo en el Seminario Menor, con los 18 seminaristas que se forman en él y que pusieron en escena una obra de teatro. Un día especialmente hermoso en el que convivieron Teatro, Eucaristía, Acogida, trestimonios, mesa y mantel... Los Patronos, Simeón y Ana, aquellos ancianos de los que nos cuenta el evangelio que reconocieron al Niño Jesús cuando a los cuarenta días de nacido sus padres lo llevaron al Templo de Jerusalén. Vida Ascendente es un movimiento de personas jubiladas y mayores, de nivel internacional, que vincula actualmente a más de 20.000 españoles en cerca de 2.000 grupos que se reúnen a lo largo de la geografía española. También en nuestra diócesis de Tenerife está presente. Pues bien, el contenido de estas letras escritas me surgió al escuchar al Obispo, en el saludo, decirles que no está bien que fueran viejo, sino que debían ser ancianos.
Pues, eso. Que ni lo sientan ni se lo hagamos sentir. Viejos, no; ancianos.
Incluso se puede decir viejo de un animal que cumple muchos años, de una mascota, pero a esos compañeros de viaje en la vida animada no se nos ocurre decirles ancianos. Un caballo viejo, un viejo perro, un gallo viejo… Los ancianos son sólo y exclusivamente las personas. Por eso, en la medida en que no sólo jugamos la partida del idioma en con el reglamento propio de nuestro castellano, sino que queremos distinguir con claridad quienes son personas y qué son cosas o animales, me gustaría reivindicar la eliminación decidida de cualquier forma de denominar a las personas mayores como «viejos». No lo son, ni lo pueden ser. Porque, aunque nos parezca que no son tan útiles como quienes ocupamos otros niveles cronológicos, que no es cierto en modo alguno, son personas y no cosas.
Cuando un anciano te mire a los ojos y te diga «Yo ya soy viejo», ten claro que ha comenzado a sentir que es más una cosa que una persona. No es viejo, se siente viejo, como un cacharro inútil y que molesta más que sirve. Mucho peor es hacerles sentir «viejo» porque no circula a la misma velocidad que nosotros o porque olvida algún detalle de vez en cuando. Bendita sabiduría africana que reconocer la pérdida de un anciano con el mismo valor que el incendio de una biblioteca. No es oportuno de modo alguno descartar a los ancianos. Una sociedad que descarta a sus mayores, no lo debemos olvidar, deja de tener futuro.
El sábado pasado celebró el movimiento apostólico Vida Ascendente de Tenerife el día de sus patronos. Lo hizo en el Seminario Menor, con los 18 seminaristas que se forman en él y que pusieron en escena una obra de teatro. Un día especialmente hermoso en el que convivieron Teatro, Eucaristía, Acogida, trestimonios, mesa y mantel... Los Patronos, Simeón y Ana, aquellos ancianos de los que nos cuenta el evangelio que reconocieron al Niño Jesús cuando a los cuarenta días de nacido sus padres lo llevaron al Templo de Jerusalén. Vida Ascendente es un movimiento de personas jubiladas y mayores, de nivel internacional, que vincula actualmente a más de 20.000 españoles en cerca de 2.000 grupos que se reúnen a lo largo de la geografía española. También en nuestra diócesis de Tenerife está presente. Pues bien, el contenido de estas letras escritas me surgió al escuchar al Obispo, en el saludo, decirles que no está bien que fueran viejo, sino que debían ser ancianos.
Pues, eso. Que ni lo sientan ni se lo hagamos sentir. Viejos, no; ancianos.
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