ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 14º del T. Ordinario B


¡Es el “drama de la Encarnación”!

Para hablarnos, para darnos sus dones, su salvación…, Dios ha querido tener necesidad de la fragilidad de lo humano, hasta llegar a hacerse un hombre como nosotros. Y así, en su pueblo de Nazaret, no le acogen como al Mesías, al que tenía que venir; se quedan en lo humano. Por eso, “no pudo hacer allí ningún milagro”, porque les faltaba fe. Y Jesús “se extrañó de su falta de fe”, nos dice el Evangelio de hoy. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. Pero sus paisanos de Nazaret se quedaron sin nada.

Y es que la condición humana de Jesús revela su condición divina. Es verdad. Pero también la oculta. A este hecho lo llamo yo el “Drama de la Encarnación”: se pueden rechazar los dones de Dios por la envoltura humana con que llegan a nosotros.

Aquella gente que escucha a Jesucristo en la sinagoga, por un lado, “se asombra” y por otro “desconfía de Él”. Y comienzan a pensar y a decir: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”.

Estas cosas que para los otros pueblos constituían pruebas de su grandeza, para los de Nazaret se convierten en obstáculos. Y se muestran incapaces de recapacitar y de abrirse a la fe. ¡Y no se trata sólo de las envidias y recelos de los pueblos pequeños! El problema es más profundo.

Nosotros, como aquella gente, también podemos tropezar en lo mismo. Porque si este es el camino de la Revelación y el camino de la Iglesia, como veremos luego, siempre tendremos excusas para no creer. Es todo tan frágil, tan sencillo, tan simple, tan humano, que hace falta, a cada paso, recordar “el misterio”.

Si la palabra de Dios viniera envuelta en un resplandor celestial, si en los sacramentos cambiaran de color los signos, si los profetas y enviados parecieran extraterrestres, si hubiera algún tipo de conversación telefónica, para poder preguntar alguna cosa…, Pero ¡nada de eso sucede! Y es todo tan simple, tan “normal”, que, a veces, no nos parece que se trate de algo divino. De ahí que resulte imprescindible avivar nuestra fe a cada paso.

Y si, encima, somos “testarudos y obstinados”, como dice la primera lectura, la cosa se agrava. Y si los propios enviados tenemos alguna “espina en la carne”, algún emisario de Satanás que “nos apalea”, todavía peor. Es lo que sucede a S. Pablo (2ª Lect.).

Y todo esto que comentamos de Jesús, sucede también en la vida de la Iglesia. “El Drama de la Encarnación” está también presente en ella. ¡No hacen falta grandes análisis para comprobar su debilidad y su fragilidad! Y eso en todo: en sus instituciones, sus signos, sus recursos, su historia, las personas que pertenecemos a ella… Pero, a pesar de eso, nos advierte el Vaticano II: “Así como la naturaleza humana asumida sirve al Verbo divino de instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a Él, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su Cuerpo” (L. G. 8).

Nos enseña S. Pablo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Co 4, 7).

Y en la segunda lectura de hoy, el mismo Pablo nos presenta la “la regla de oro” que regula la existencia de este misterio: “La fuerza se realiza en la debilidad”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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