ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR - Domingo 25º del T. Ordinario A


A primera vista nos da la impresión de que aquellos jornaleros que protestaban tenían razón. No parece justo que el dueño de la viña trate por igual a todos los obreros: a los que han trabajado de sol a sol y a los que han llegado al caer la tarde. Ni siquiera que comience a pagar a los últimos antes que a los primeros. Por eso es fundamental la aclaración del amo: “amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete”.

Me parece que esta parábola es fundamental para “entender” el corazón de Dios, el Padre del Cielo, que Jesús nos manifiesta con sus palabras y sus obras.

Con frecuencia hago alusión a las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la necesidad de introducir el perdón y la misericordia en la vida de la sociedad, constituida por seres humanos, débiles, frágiles, sujetos al desorden moral, al pecado. Hoy nos damos cuenta de que esa ha sido siempre la forma de actuar de Dios. Y en Jesucristo alcanzará su punto culminante. Eso no podían entenderlo los fariseos y los escribas, estrictos cumplidores de la Ley de Moisés; -por lo menos así se presentaban ellos- , que pensaban que la justificación era fruto de la Ley. Por eso ellos no podían entender el perdón y la misericordia, que anuncia Jesucristo. Y también, por eso, no pudieron comprender nunca que Jesús anduviera con los pecadores y comiera con ellos. (Lc 15,2). Él les podía brindar la oportunidad de trabajar en su Viña, aunque fuera ya tarde. Y así llega la hora de Zaqueo (Lc 19,1-10) de la pecadora de la casa de Simón, el fariseo, (Lc 7,36-50), de la samaritana (Jn 4,5-42) y de tantos otros… Hasta la hora del buen ladrón, ya bien atardecido, al que le dice desde la Cruz: “Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc 23,43).

Nosotros hemos tenido la inmensa fortuna de haber encontrado en el camino de nuestra existencia, a un Dios que es así. San Pablo nos dejará bien claro que la gracia de la justificación “no se debe a vosotros sino que es un don de Dios, ni se debe a las obras, para que nadie pueda presumir”.(Ef 2,8-9). Además la paga del Amo de la Viña es siempre desproporcionada a nuestros méritos. ¿No nos promete el Señor el ciento por uno y la vida eterna? (Mt 19,29). Hay un himno en la Liturgia de las Horas en el que le decimos al Señor: “Al romper el día, nos apalabraste; cuidamos tu Viña del alba a la tarde. Ahora que nos pagas, nos lo das de balde, que a jornal de gloria no hay trabajo grande". (Vísp. Lun. I)

En estos domingos en que estamos reflexionando sobre las enseñanzas de Jesucristo acerca de la vida en comunidad, qué importante es, a la luz de esta Parábola preciosa, que nuestro corazón se parezca al corazón de Dios. Para que sepamos acoger con un inmenso cariño y comprensión, a los que llegan tarde a trabajar en la Viña. Para que nunca caigamos en la tentación de “recordarle” a éste o a aquella que, en su día, llegó tarde… Para que tengamos la convicción firme de que el Amo está dispuesto siempre a acogernos en su Viña a cualquier hora, incluso, en el atardecer del día, de la vida.

Y ahora que estamos comenzando un nuevo curso, también en la comunidad cristiana, me parece que el Señor en persona, como en la Parábola, anda por las calles de nuestros pueblos y ciudades diciendo a los que encuentra parados: “Id también vosotros a mi Viña y os pagaré lo debido”. Y cada cual tendrá que responder a esta invitación personal, que nos hace el Señor a través de mil formas, y descubrir cuál es el puesto de trabajo que nos tiene asignado en su Viña. Porque hay mucho que hacer, y no podemos ser de aquellos que se pasan “el día entero sin trabajar”. La Eucaristía del domingo o de cada día es la Mesa de la comunidad cristiana, donde el Amo de la Viña reúne a sus jornaleros para que sea posible el trabajo y la vida.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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