ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR: Domingo 16º del T. Ordinario A


A todos nos hace sufrir la existencia del mal. Hay, incluso, hombres y mujeres que no aciertan a conciliar la existencia de un Dios bueno y justo, con tanto mal. Hay muchas clases de males. La Parábola de la Cizaña nos sitúa este domingo, ante la existencia del mal moral; tanta gente que se dedica a hacer el mal: Desde los grandes criminales, desde las injusticias más graves, hasta las pequeñas faltas de un niño que hace sufrir a otro. Desde los grandes pecados de omisión que dividen el mundo en dos partes, el de los países ricos y el de los países pobres, hasta las pequeñas faltas de omisión de cada día. Incluso, dentro de nosotros mismos, constatamos la existencia del bien junto con el mal. Y, como los criados de la parábola, le preguntamos al Dueño del campo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Y era verdad: “Mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó”. Parece que era frecuente en el país de Jesús este tipo de maldades y venganzas entre los agricultores. La respuesta, por tanto, es clave: “¡Un enemigo lo ha hecho!” Dios o un dios malo, como dicen los dualistas, no es ni puede ser el origen del mal. De este modo, Jesús hace referencia al principio, a la Creación, a lo que conocemos con el nombre de “pecado original”, que en nuestra época, muchos no creen, otros lo recuerdan vagamente como cosa de niños, y otros, lo tenemos un poco olvidado. Pero ahí está la fuente de todos los males. En efecto, ¡de ese primer pecado surgen todos los demás! ¡También los nuestros! “Y por el pecado, la muerte” enseña S. Pablo. (Rom 5,12).

Me gusta decir que nosotros no hemos conocido el mundo tal como salió de las manos de Dios: “¡Y todo era bueno!” “¡Y estaba bien!” El mundo que conocemos es el del trigo y la cizaña, el mundo trastornado y afeado por el pecado de Adán y por el pecado de todos los hombres. Y el enemigo, el diablo, ahora está encantado porque dicen que no existe. Le resulta cada vez más fácil ir logrando sus objetivos; recibe muy poca resistencia, pero es y continuará siendo hasta el final, “el padre de la mentira” como le llamó el Señor (Jn, 8,44). Ya S. Pablo nos advierte que “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus maligno del aire. (Ef, 6,12-13).

“Mientras la gente dormía…” Aquí nos encontramos con otra de las claves de la parábola: Si dormimos, si no cuidamos nuestros sembrados, ¿de qué nos vamos a quejar después? ¿No sabemos que se está sembrando en el mundo mucho bien y, al mismo tiempo, mucho mal? Ya nos advertía el Señor que “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. (Lc 16,8). Pensamos en los padres de familia, en los que se dedican a la formación de niños y jóvenes, en los gobernantes, en los pastores de la Iglesia… ¡Todos podemos dormirnos alguna vez! ¿Y entonces? Nada. No se nota nada; pero es posible que el enemigo haya sembrado cizaña en medio del trigo. Y se marchó. Más tarde aparecerá, con toda su fuerza, la cizaña en nuestro sembrado. Y ya está. El mal ya había sido sembrado, como una mala hierba, que es difícil de arrancar, de extirpar. Entonces nuestra reacción es la misma que la de los criados de la parábola: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero el amo responde: “No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. No toleramos contemplar el campo sembrado de trigo con cizaña. Quisiéramos ver sólo el bien sin mezcla de mal alguno. Quisiéramos dejar de sentir en nuestro interior esos impulsos que nos mueven al mal. Quisiéramos extirpar el mal, todo el mal, del mundo, de nuestra sociedad, de la Iglesia y de nuestra vida. ¡Pero a nuestra manera! ¡Y eso no puede ser! El Señor nos ha señalado el verdadero camino, el de la conversión personal y comunitaria, que nos mueva a transformar las estructuras de pecado, que campean en toda la sociedad y también en nosotros y a ordenarlo y organizarlo todo según Cristo, el Hombre Nuevo. (Ef 1,10). Luchar por el bien y contra el mal es la tarea que nos ha sido confiada por Jesucristo, el Señor, que, a través del sufrimiento y de la muerte, ha vencido al enemigo, al mal y a la muerte, aunque tengamos que esperar hasta su Venida Gloriosa, para contemplar la consumación de su victoria. Entonces, sólo entonces, será el momento de la separación del trigo y de la cizaña. Mientras tanto, tenemos que esperar, porque el Dueño dice: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”.

Y una última cuestión: ¿No será posible convertir la cizaña en trigo? ¿Aunque sea sólo en parte? ¡Para Dios nada hay imposible! (Lc 1,37) ¡Mientras vayamos de camino, tenemos tiempo! El Señor nos ha dado “la dulce esperanza” de que, en el pecado, da lugar siempre al arrepentimiento” (1ª Lect.).

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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