ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR: Domingo 15º del T. Ordinario A


La escena que nos presenta el Evangelio de este domingo no puede ser más hermosa: ¡Jesús sale de casa a enseñar! Y se reúne tanta gente, que tiene que subirse a una barca y, ¡desde la barca, les habla! El texto evangélico dice: “Les habló mucho rato en parábolas”, es decir, en comparaciones sencillas, que todo el mundo entiende y, al mismo tiempo, ¡qué misterio!, en las que “los sabios y entendidos” tropiezan porque “miran sin ver y escuchan sin oír ni entender”.

Estos domingos el Evangelio de S. Mateo nos va presentando las “parábolas del Reino” que suelen comenzar diciendo: “El reino de los cielos se parece a…”

La parábola de este domingo es la de “el Sembrador”. Un texto verdaderamente hermoso, como decía antes: ¡Un agricultor sale a sembrar! Y al echar la semilla, cae en diversos tipos de tierra: Al borde del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas y en tierra buena. Y, como diversa es la tierra, diverso es también el resultado de la siembra. Al llegar a casa explica a los discípulos su significado.

La parábola va dirigida a los que escuchan. De los que no escuchan, de los alejados, que diríamos hoy, no dice nada. Va para los cristianos practicantes, los que oyen su Palabra, ¡los que vamos a Misa!

A la luz de esta parábola hay que reflexionar seria y detenidamente sobre esta cuestión fundamental: ¿Qué clase de tierra soy yo? Tendríamos que preguntarnos, en concreto: ¿En qué clase de tierra está cayendo la Palabra de Dios en mi vida? ¿Seré borde del camino? No se entiende la Palabra y el Maligno roba lo sembrado en el corazón. ¿Seré terreno pedregoso? La Palabra se escucha y se acepta con alegría, pero no queda bien “enraizada”, no hay constancia y, en cuanto llega una dificultad o “persecución por la Palabra”, sucumbe. ¿Seré yo tierra de zarzas? La Palabra de Dios se escucha, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. ¿O seré, por ventura, tierra buena, donde la Palabra se entiende y da fruto? ¿Tendré esa dicha? Y cuánto fruto doy yo? ¿Será el ciento por uno? ¿O será, más bien, el sesenta o el treinta?

Es ésta una de las cuestiones más importante que podemos plantearnos. Y hemos de estar siempre pendientes porque es una algo decisivo; de vida o de muerte, en nuestra existencia cristiana. No olvidemos que el agricultor es paciente, pero también muy exigente. Tiene que garantizar los recursos que necesita. Y, cuando no lo consigue, deja la agricultura y se dedica a otro trabajo más rentable y más seguro. Ya nos advierte el Señor: “Yo soy la vid y mi Padre es el viñador; a todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto”. (Jn 15, 1-2). “¡Que dé más fruto!”. ¡Ese es el anhelo de todo agricultor! Y el agricultor, el sembrador, por antonomasia, es Cristo, el Señor.

¿Y si veo que soy tierra mala, en la que la simiente no produce ni siquiera el treinta por uno, qué tengo que hacer? Muy sencillo: ¡Cambiar la tierra, renovar la tierra! Los agricultores lo saben hacer muy bien: Van enriqueciendo la tierra; van echando un poco de tierra nueva y abono, y va cambiando el terreno… Y comienza a dar fruto la simiente.

Pero hay más. Es lo que observaba de niño, en mi pueblo, en las Breñas (La Palma). Había unos terrenos áridos en la cercanía del mar. Era un terreno volcánico y la poca tierra que tenía era mala. ¿Qué hicieron entonces los propietarios? Trabajaron el terreno y trajeron tierra en camiones desde otros lugares. Parece una cosa irreal, pero yo lo recuerdo muy bien. Y con la tierra nueva iban formando “los canteros”; uno tras otro. Hasta que conseguían toda una finca. Y sembraban la platanera. Y allí comenzó a llegar agua abundante. ¡El éxito fue rotundo! Terreno volcánico, tierra buena, sol y agua abundante, ¡cosecha buena y garantizada!

No olvidemos que la semilla, la Palabra de Dios, tiene una energía y una capacidad enorme, como nos recuerda la primera lectura. Lo demás es cosa de la tierra. Por eso es siempre posible que se realice en nosotros lo que proclamamos hoy en el salmo responsorial: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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