ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR.Domingo 6º de Pascua A

La marcha de Jesús, como ya hemos comentado, despierta en los discípulos una gran turbación. Jesús lo sabe y trata de “prepararles”. ¡Lo ha hecho muchas veces! Ahora lo intensifica en la “Cena de Despedida”: “En la Casa de mi Padre hay muchas estancias…” “Me voy a prepararos sitio…” “Volveré y os llevaré conmigo…” ¡Lo hemos escuchado y contemplado el domingo pasado! 

En el Evangelio de hoy les dice: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad…” ¡Qué título más hermoso! El Espíritu de la Verdad! 

¡Por tanto, en la ausencia visible de Cristo, no van a quedar solos y desamparados, porque el Padre les va a enviar “otro Defensor” que esté siempre con ellos, el Espíritu Santo. ¡Es espíritu y por eso, es tan fácil despistarse! 

Ya sabemos que la presencia del Espíritu del Señor en la Iglesia es fundamental e imprescindible. Ya dice S. Pablo: “Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. (1Co 12, 3). Por eso, Jesucristo ha querido garantizar su presencia y su acción, mediante la existencia de dos sacramentos: El del Bautismo y, más especialmente, el de la Confirmación: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, dice el obispo al administrar este sacramento. ¡Qué importante es todo esto! Por eso, se observa con mucha preocupación en la Iglesia de nuestro tiempo, el desinterés que existe en gran número de cristianos, por recibir este sacramento. El no confirmado está en una situación tan lamentable que no puede admitirse, ni siquiera, como padrino de Bautismo. “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo”, escribía S. Pablo. (Rom 8,9). 

Precisamente, en la primera lectura de hoy, se nos presenta la primera Confirmación de la historia, de la que tenemos noticia. No puede hacerla el diácono Felipe… Tiene que ser un apóstol. Por eso, bajan desde Jerusalén Pedro y Juan. Oran por ellos, les imponen las manos y reciben el Espíritu Santo. “Aún no había bajado sobre ninguno”, dice el texto.

Ahora, cuando nos disponemos a terminar la celebración de la Pascua, con la solemnidad de Pentecostés, es una ocasión privilegiada para repensar estas cosas. A ello nos ayudan las lecturas de la celebración diaria de la Eucaristía de esta semana. 

“¡Me voy a prepararos sitio!” “¡Vendrá otro Defensor!” Estas dos realidades constituyen la respuesta de Jesucristo a la turbación de los discípulos. 

Dice el Evangelio que el día de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén, no tristes y decepcionados, sino “con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. (Lc 24, 52). ¡Es el resultado de la “catequesis” del Señor!

Los cristianos solemos prepararnos, al terminar la Pascua, especialmente después del día de la Ascensión, para la Solemnidad de Pentecostés, implorando de Dios Padre una especial efusión del Espíritu Defensor.

En este contexto celebramos hoy, como cada año, “la Pascua del Enfermo.” ¡Cuántas cosas podríamos decir! 

¡Él es el Espíritu de la fortaleza y del consuelo, el Espíritu del gozo y de la esperanza!, el que conforta al enfermo. Es el Espíritu que se infunde en la Santa Unción, “el sacramento de los enfermos”. ¡Es el Espíritu que anima y estimula los avances continuos de la medicina en su lucha contra la enfermedad y la muerte! ¡Es el Espíritu de la luz y de la fortaleza de los que trabajan y se esfuerzan, con el mejor ánimo, en el cuidado de los enfermos en los hospitales y en las casas! Es, en fin, el Espíritu que hace presente a la Iglesia en los lugares donde se trabaja y se lucha intensamente por la salud integral de todos. 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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