ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo de la S. Trinidad

La Solemnidad de la Santísima Trinidad es una fiesta preciosa! Es como si dijéramos, “la fiesta de Dios”.

Nos acercamos al misterio más grande que Jesús nos ha revelado acerca de Dios. Podríamos decir que se nos manifiesta algo de lo que es “Dios por dentro”: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Los textos de la Misa de este domingo nos presentan varias veces a las tres Personas de la Santísima Trinidad, diferentes unas de otras, y, al mismo tiempo, muy integradas en un solo Ser y una misma misión salvadora. Me parece importante el Evangelio, que nos presenta al Espíritu Santo, como el que nos guía hasta “la verdad plena”.

Pero aquí no se trata de satisfacer una curiosidad intelectual, sino de acercarnos al Misterio que Dios nos ha dado a conocer a lo largo de la Historia de la Salvación, y que recordamos y celebramos a lo largo del año.

Por eso, terminadas las fiestas pascuales, celebramos, con inmensa alegría, el Domingo de la Santísima Trinidad, que centra nuestros ojos en Dios, que nos enseña cómo tenemos que relacionarnos con Él y que nos anima a la adoración, la acción de gracias, la alabanza, la súplica y el culto verdadero y constante.

A primera vista, hablar de la Santísima Trinidad parece que no tiene mucha importancia. Incluso,pudiera parecernos, a primera vista, que entorpece más que aclara, el Misterio. Pero, por poco que reflexionemos, cuánto nos dice acerca de Dios.

¡Decir que Dios es Padre es decir mucho de Dios!

Nuestro Dios no es, por tanto, un “Ser sin corazón”, que vaga sobre las nubes del cielo,indiferente a cuanto sucede en la tierra; ni es “el dios del palo”, que nos acecha siempre para “castigarnos”, ni “el dios abuelo”, que, por el contrario, todo lo justifica. No. Dios es el verdadero Padre del Cielo, que es el Creador y Señor del Universo, y que, lleno de amor y ternura, vive siempre velando sobre nosotros.

¡Decir que Dios es Hijo es decir mucho de Dios!

Dios es el Hijo único del Padre, engendrado desde toda la eternidad.

Él es la Persona Divina que se hace hombre para mostrarnos el verdadero rostro del Padre. Y Él, hombre y Dios, tiene la posibilidad de “pagar nuestra deuda original” y de reconciliar al mundo, naufrago del pecado, con el Padre; de abrirnos a una vida nueva - la vida divina – que, comenzada en el tiempo, no termina jamás. Él, que es el camino, la verdad y la vida, nos enseña a vivir como verdaderos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.

Esto supone que el hombre no puede salvarse solo. Por sí mismo, puede alejarse de Dios, pero no puede volver a Él. Tendrá que venir Dios a salvarle.

¡Decir que Dios es Espíritu Santo es decir mucho de Dios!

Cuando Cristo se va y vuelve al Padre, no nos deja huérfanos, sino que nos envía al Espíritu Santo como “el otro Defensor”, para que esté siempre con nosotros.

¡El es Espíritu de la verdad, de la fortaleza, del consuelo y de la esperanza.

¡Ya vemos cuánto nos dice, nos enseña, nos grita, incluso, esta Solemnidad!

La Jornada “Pro Orantibus”, es decir, ” por los que oran”, que se celebra siempre este día, centra nuestra atención en tantos hombres y mujeres, monjes y monjas, que dedican su vida entera a la oración y al trabajo, en los monasterios de clausura, que son como unos faros de luz, que nos orienta constantemente a todos hacia el verdadero Dios, uno y trino, hasta que lleguemos a contemplar, cara a cara, la hermosura infinita de su gloria.



​ ​​¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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