ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 21º del T. Ordinario B

El discurso del Pan de Vida concluye de un modo inesperado. A lo largo de su exposición, la gente le ha ido presentando al Señor toda una serie de objeciones, pero nadie espera que, al llegar al final, muchos discípulos dijeran: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?” Y que, desde entonces, muchos se echaran para atrás y no volvieran a ir con Él.

Y Jesús no tiene miedo de que lo dejen solo, porque Él sabe que lo que enseña es la verdad, y que, muy pronto, lo llevará todo a cabo en la Última Cena y lo entregará a los apóstoles, a la Iglesia, para que lo hagan en conmemoración suya, y, entonces, todos contemplarán, asombrados, “el Misterio”.

Por eso, les dice a los doce. “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contesta: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.

Pedro habla en nombre de los doce. Y el objeto directo de su profesión de fe no es la Eucaristía sino Jesucristo: “Nosotros sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Todo lo demás, incluso la Eucaristía, es consecuencia de su sabiduría, de su poder y de su bondad, porque Él tiene palabras de vida eterna.

Por tanto, la Santa Misa no es, simplemente, una reunión de amigos, admiradores o simpatizantes de Jesús, que se reúnen para recordarlo, sino de gente que ha hecho una opción por Cristo y que tiene que expresarla y alimentarla en la Eucaristía.

La primera lectura nos enseña que, al llegar a la tierra prometida, Josué convoca en Siquén, a los representantes de Israel, y les presenta esta alternativa: Escoged a quien servir: al Señor o a los otros dioses. Yo y mi casa serviremos al Señor. Y el pueblo contesta: También “nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”.

De esta forma, Yahvé será el Dios de aquella tierra nueva y ellos serán su pueblo, que le obedece y le ama.

Qué necesidad tenemos los cristianos, tantas veces, de hacer un alto en nuestra vida, y plantearnos una alternativa parecida. De este modo, seremos verdaderos cristianos, que, en el cruce de caminos de nuestra vida, hemos hecho una opción por Cristo, firme y definitiva.

¡Este el verdadero sentido de la fe en Cristo, Pan de Vida!

Al llegar aquí, constatamos, una vez más, cómo la Eucaristía siempre ha venido envuelta en contradicciones a lo largo de los siglos, desde que Jesús la anuncia en este discurso, hasta nuestros días, en que la Santa Misa se designa, muchas veces, como “el problema del domingo” y donde grandes masas de cristianos han dejado la Iglesia y se han alejado de Cristo, Pan de Vida.

¡Siempre, la dificultad! ¡Siempre, la contradicción! ¡Siempre, el Misterio!

Nosotros, en medio de nuestras limitaciones, al terminar estas enseñanzas de Cristo, hacemos este domingo, una profesión de fe, una opción por Él y con el salmo responsorial, proclamamos de nuevo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.

Al terminar este discurso, ¡cuántas gracias debemos darle al Señor que nos ha concedido este verano, el don de escuchar y de reflexionar sobre el Misterio central de nuestra fe! Y qué provechoso sería que hiciéramos un esfuerzo por retener y meditar tantas cosas como nos ha enseñado.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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