ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR ​​Domingo 19º del T. Ordinario B

Nos volvemos a encontrar con “el drama de la Encarnación”, que comentábamos hace algunos domingos: La humanidad de Cristo, decíamos, manifiesta su divinidad, pero, al mismo tiempo, la oculta. Podemos rechazar los dones de Dios, entonces y ahora, en los tiempos de la Iglesia, por la envoltura humana con la que llegan a nosotros. Los de Cafarnaúm, como un día los de Nazaret, se quedan en lo humano; y comentan:“¿No es éste el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del Cielo?”. 
¡Y terminarán por rechazar el Pan del Cielo!
En medio de todo esto, Jesús nos enseña, este domingo, algo verdaderamente trascenden-tal: “¡El que cree tiene vida eterna!”.
¡Esta es una gran revelación! ¡Esto es original de Jesucristo, del Evangelio! Veamos: 
Si yo conozco a alguien importante, si le admiro, si le aprecio mucho, no puedo, sin embargo, recibir en mi interior nada que pertenezca a su ser, a su naturaleza humana. Aquello esalgo puramentexterior, por grande e intenso que sea. Pero con Jesucristo sucede algo distinto: El que cree en Él, el que le sigue, cambia por dentro: ¡Posee la misma vida de Cristo! Así nos lo enseña Juan: “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1, 12). En efecto, la fe nos lleva al Bautismo, que es un nacimiento nuevo, que nos da una participación creada de la misma vida de Dios. ¡Impresionante!
esta vida nueva, ¿no habrá que cuidarla, que alimentarla, que hacerla crecer, que recuperarla, incluso, si se pierde?
¿Y para alimentarla, ¿dónde encontraremos la comida? ¿Cuál y cómo será ese alimento¿Dónde tendremos que ir a buscarlo? ¿A lo más alto de los Cielos? 
¡No, porque el Pan del Cielo ha bajado a la tierra! Es Jesús de Nazaret, el que habla en la Sinagoga. Por eso, nos dice: “Yo soy el Pan de la Vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. Éste es el Pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera”. Y también: “El que coma de este Pan vivirá para siempre.
No se puede confundir la muerte biológica con la muerte de la vida espiritual. Cuando un cristiano muere, no, por eso,termina la vida de Dios en él. Son dos realidades distintas. Precisamente, porque tenemos la vida de Dios, podemos entrar, después de la muerte, en el Cielo, que es la Casa de Dios y, por tanto, la Casa de los hijos de Dios. Lo que hace morir la vida de Dios en nosotros, es sólo el pecado mortal.
El Pan de la Eucaristía, por tanto, no es un simple “pan bendito”, que se reparte a todos los que quieran. No. Es la “Carne de Cristo”, que sólo puede recibir el que tiene la vida de Dios en éles decir, el que está en gracia. El que no tiene la vida divina, ¿qué va a alimentar? ¿una vida divina que no existe
No puede, entonces, recibir la Comunión por ningún concepto. Comulgar asícomo hacen muchos, es comer la Carne de Cristo, “sin darle su valor”, como enseña S. Pablo (1 Co 11, 27).
¡En el Universo no hay un alimento más grande, más importante que éste, que nos llena de Dios y nos transforma en Cristo!
Si aquel pan misterioso que comió Elías, fue suficiente para caminar cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Monte de Dios (1ª lect), ¡cuánta mayor fuerza no recibirá el que se alimenta con Cristo, Pan de Vida! Ya San Juan Crisóstomo exclamaba: “Salimos de esa Mesa como leones espirando llamas, haciéndonos temibles hasta el mismo diablo”.
Esta es la fuerza que necesitamos para construir cada día, desde nuestro entorno, “la civilización del amor”; para no entristecer al Espíritu Santo y “vivir en el amor”, como nos enseña S. Pablo en la segunda lectura de hoy.
Si no, ¿en qué se va a notar que somos cristianos?      
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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