La Liturgia de este domingo nos traslada al pecado original. Es un tema que, desde hace tiempo, me preocupa mucho. Porque es un poco difícil, porque es muy importante, y porque es desconocido para muchos. Y suelo decir que hay que tener cuidado con la doctrina del pecado original, porque, si nos descuidamos mucho, no entenderemos ni la Venida de Cristo ni su Obra de Redención.
En los primeros capítulos del Génesis, en medio de su lenguaje característico, se nos enseñan verdades muy importantes, fundamentales; por ejemplo, el origen del mundo y el origen del mal y de la muerte.
¡Hay mucha gente que le echa la culpa a Dios de todo lo malo que le sucede!
Sin embargo, nos dice San Pablo: “Por el pecado la muerte” (Rom. 5, 12). El Apóstol es un testigo cualificado de la existencia y de las consecuencias del pecado original. (Cfr. Benedicto XVI, 3-12-2008).
El texto de este domingo nos sitúa en el momento del castigo después del pecado y, en concreto, en lo que se refiere a la serpiente. De este modo, se nos presenta, la promesa de la salvación. Dios, que había creado el universo con un amor inmenso, se resiste a verlo medio destruido. Y, en su misericordia infinita, se decide a reconstruirlo.
El Evangelio nos presenta a Jesucristo, el Salvador prometido, en medio de una situación muy compleja: Su vida despierta muchos interrogantes, no deja a nadie indiferente, y se producen reacciones diversas:
Hay mucha gente que le busca, de tal manera, que no le dejan tiempo ni para comer. Algunos parientes se lo quieren llevar porque no lo entienden, y piensan que no está bien de la cabeza. Otros se resisten a creer, hasta tal punto, que caen en el pecado contra el Espíritu Santo, el único pecado que no se perdona. Se trata de los que decían que tenía dentro a Belzebú y expulsaba a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
Es el hombre que se resiste a la luz, que no quiere ver, por evidente que sea el tema, que se resiste a la acción del Espíritu Santo.
Y, por último, se presentan su madre y sus hermanos, que le buscan. Y entonces, el Señor nos enseña que ha venido a la tierra a formar una familia que está constituida por aquellos, que cumplen la voluntad de Dios. Y, de esta manera, nos señala la verdadera grandeza de María: “La que cumple la voluntad de Dios”. Y ello explica su condición de Madre de Dios y su misión específica en la obra de la salvación.
A la luz de estas distintas reacciones, también nosotros, como discípulos de Jesucristo, tendría-mos que abordar la nuestra. ¿Qué pensamos, qué sentimos, de todas estas cosas? ¿Cuál es nuestra actitud real ante Jesucristo, su misión, su mensaje, su obra redentora, su grandeza?
San Pablo, en la segunda lectura, nos presenta el punto culminante de la Obra de la Redención: ¡La resurrección y la vida con Dios para siempre!
Y es que, como decía San León Magno, ¡en Cristo, “hemos recibido mayores bienes que los que habíamos perdido por la envidia del diablo!” Por eso, la Iglesia canta en la Vigilia Pascual: “¡Feliz la culpa, que nos mereció tal Redentor!”
Y esta realidad asombrosa es la que la Iglesia anuncia cada día, por todo el mundo, como Buena Noticia, como la mejor Noticia.
¡Y es la tarea que se nos ha encomendado a todos! Y que se nos recuerda, de un modo especial, en estos tiempos de la Nueva Evangelización y de la Misión Diocesana.
En medio de todo ello, San Pablo nos recuerda la expresión de la Escritura, “creí, por eso, hablé”. Y añade: “También nosotros creemos y por eso hablamos”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
En los primeros capítulos del Génesis, en medio de su lenguaje característico, se nos enseñan verdades muy importantes, fundamentales; por ejemplo, el origen del mundo y el origen del mal y de la muerte.
¡Hay mucha gente que le echa la culpa a Dios de todo lo malo que le sucede!
Sin embargo, nos dice San Pablo: “Por el pecado la muerte” (Rom. 5, 12). El Apóstol es un testigo cualificado de la existencia y de las consecuencias del pecado original. (Cfr. Benedicto XVI, 3-12-2008).
El texto de este domingo nos sitúa en el momento del castigo después del pecado y, en concreto, en lo que se refiere a la serpiente. De este modo, se nos presenta, la promesa de la salvación. Dios, que había creado el universo con un amor inmenso, se resiste a verlo medio destruido. Y, en su misericordia infinita, se decide a reconstruirlo.
El Evangelio nos presenta a Jesucristo, el Salvador prometido, en medio de una situación muy compleja: Su vida despierta muchos interrogantes, no deja a nadie indiferente, y se producen reacciones diversas:
Hay mucha gente que le busca, de tal manera, que no le dejan tiempo ni para comer. Algunos parientes se lo quieren llevar porque no lo entienden, y piensan que no está bien de la cabeza. Otros se resisten a creer, hasta tal punto, que caen en el pecado contra el Espíritu Santo, el único pecado que no se perdona. Se trata de los que decían que tenía dentro a Belzebú y expulsaba a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
Es el hombre que se resiste a la luz, que no quiere ver, por evidente que sea el tema, que se resiste a la acción del Espíritu Santo.
Y, por último, se presentan su madre y sus hermanos, que le buscan. Y entonces, el Señor nos enseña que ha venido a la tierra a formar una familia que está constituida por aquellos, que cumplen la voluntad de Dios. Y, de esta manera, nos señala la verdadera grandeza de María: “La que cumple la voluntad de Dios”. Y ello explica su condición de Madre de Dios y su misión específica en la obra de la salvación.
A la luz de estas distintas reacciones, también nosotros, como discípulos de Jesucristo, tendría-mos que abordar la nuestra. ¿Qué pensamos, qué sentimos, de todas estas cosas? ¿Cuál es nuestra actitud real ante Jesucristo, su misión, su mensaje, su obra redentora, su grandeza?
San Pablo, en la segunda lectura, nos presenta el punto culminante de la Obra de la Redención: ¡La resurrección y la vida con Dios para siempre!
Y es que, como decía San León Magno, ¡en Cristo, “hemos recibido mayores bienes que los que habíamos perdido por la envidia del diablo!” Por eso, la Iglesia canta en la Vigilia Pascual: “¡Feliz la culpa, que nos mereció tal Redentor!”
Y esta realidad asombrosa es la que la Iglesia anuncia cada día, por todo el mundo, como Buena Noticia, como la mejor Noticia.
¡Y es la tarea que se nos ha encomendado a todos! Y que se nos recuerda, de un modo especial, en estos tiempos de la Nueva Evangelización y de la Misión Diocesana.
En medio de todo ello, San Pablo nos recuerda la expresión de la Escritura, “creí, por eso, hablé”. Y añade: “También nosotros creemos y por eso hablamos”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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